SIGUIENDO LA PROMESA DE DIOS
Dios demandó de Abraham un increíble acto de obediencia: le pidió salir hacia un futuro desconocido. Abraham fue capaz de dar este paso con nada más tangible que esta promesa de Dios: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (Génesis 12:1).
El escritor de hebreos dice: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció…y salió sin saber a dónde iba” (Hebreos 11:8). El Señor no desplegó ante Abraham un plan de viaje detallado y organizado. En lugar de eso, simplemente le dijo: “Reúne a tu familia, empaca tus pertenencias, deja a tus parientes, y vete al lugar que te voy a decir.”
A los setenta y cinco años de edad, a Abraham se le pidió que se arrojara completamente a la fidelidad de Dios. No le fue dada ninguna explicación, o advertencia de los posibles peligros involucrados. Y así Abraham salió: sin saber. La única cosa que tenía y sobre lo cual descansar era esta promesa: “Yo te mostraré y te bendeciré.”
Su esposa, Sara, probablemente no era diferente a alguna mujer de los tiempos modernos. Pudo haber hecho las preguntas que cualquier esposa haría: “¿Vamos hacia el sur o el norte? ¿Qué clase de ropa debo empacar? ¿Nos estableceremos en algún lugar o estaremos siempre mudándonos?” Todo lo que Abraham podía responder era: “Dios dijo que vayamos, así que nos vamos. Él nos mostrará el paso siguiente, tan pronto comencemos a movernos.”
A veces pensamos que cuando Dios nos manda a hacer algo y obedecemos, todo irá viento en popa. Pensamos que Él estará agradecido por nuestra obediencia, así que nos pondrá en una carretera de cuatro carriles hacia la bendición. Abraham obedeció la palabra de Dios, pero el hecho es que, un acto de obediencia no lleva a un caminar de obediencia.
Abraham tenía una promesa de Dios, pero en el camino tuvo que pasar por el desierto del Neguev, por montañas cubiertas de nieve, por otro desierto y por el lugar donde habitaba el pueblo guerrero de Canaán. Y entonces terminó en medio de una hambruna de Egipto. ¡Me alegro que Dios no le haya dicho a Abraham acerca del camino que tendría que pasar!
Este camino en particular no era como ninguno que Abraham había tomado antes. Sin embargo, a través de todo, nunca estuvo en peligro. Nadie podía tocarlo. Dios era su escudo y protector cada día. Y a causa de su fe, Abraham se estaba convirtiendo en un amigo de Dios.