TE DARE DESCANSO

David Wilkerson (1931-2011)

La cura de Dios para el temor, culpa y condenación

Dios ha prometido a su pueblo un glorioso, incomprensible descanso, una paz y seguridad para nuestra alma. Cuando el Señor ofrece este precioso descanso a los hijos de Israel, se refería a una vida llena de felicidad y victoria, ausente de miedo, culpa o condenación. Ese mismo descanso ha estado disponible para cada persona en cada generación.

Hasta el tiempo de Cristo, sin embargo, ninguna generación de creyentes ha caminado completamente en las promesas de un bendito descanso. Como la Biblia lo aclara, ellos nunca lo obtuvieron por causa de su incredulidad. “Ellos no pudieron entrar por causa de su incredulidad” (Hebreos 3:19).

Por su incredulidad, el pueblo de Dios paso por una vida de miseria, duda y cansancio, desde el periodo de los reyes hasta los profetas de la generación de David y más allá. Ellos dejaron esta gloriosa vida sin ser reclamada, abrazada ni disfrutada. “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios.” (4:9).

Este mismo pasaje de Hebreos nos dice; “Por lo tanto, puesto que falta que algunos entren en él, …” (4:6). Esto se refiere a los Cristianos de hoy en día, señalándonos a nosotros, “Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado.” (4:1).

Miles dicen estar llenos del Espíritu de Dios, sin embargo, aún viven sin descanso y con culpa, sin seguridad en Cristo.

Mientras los luchadores Cristianos están rodeados de amigos creyentes y todo va bien, ellos pueden hablar con mucha seguridad acerca de caminar en victoria. Pero, cuando el enemigo sopla feroces vientos de dificultades sobre de ellos, son empujados y derribados y quedan sin fuerza para resistir. Ellos se desmoronan completamente por la adversidad.

Cristo nos está diciendo, “No intentes caminar conmigo hasta que tu alma descanse en mi”; “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” (Mateo 11:28-30).

Creo que la clave para nosotros está en una frase de Jesús, “Aprended de mí.” Él nos está diciendo, “Una vez que aprendes lo que yo hice en la cruz por ti, tu alma estará en descanso. Entonces puedes tomar mi carga y mi yugo, que es ligero y sencillo.”

¿Como aprendemos de él para poder entrar a su reposo? La mejor manera es saber la doctrina bíblica de la justificación por fe. Esta verdad termina cualquier ataque de inseguridad.

Dos cosas están envueltas en nuestra justificación. Primero, la obra de la cruz de Cristo nos otorga el perdón de todo nuestro pecado, limpiándonos de toda culpabilidad e iniquidad. Segundo, somos aceptos por Dios como justos en Cristo a través de la fe. Esto significa que Dios nos acepta, no por nuestras obras o alguna deuda de obras buenas, sino por los méritos de Jesus en la cruz. “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.” (Romanos 8:33).

Sin embargo, cuando nosotros pecamos, somos acusados por dos fuerzas poderosas. La primera es Satanás, quien la Biblia llama “…el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche.” (Apocalipsis 12:10). El diablo se para delante del Señor, acusándonos de cada nueva falta y demanda, “Dios, si tu eres santo, harás algo por esto. Tú tienes que condenarlo de la misma manera que a mí al infierno por mi orgullo.”

La segunda fuerza ponderosa que nos acusa es nuestra conciencia. “… dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos,” (Romanos 2:15). Nos paramos delante de Dios con la cabeza agachada porque nuestra conciencia nos lo hace saber, “Soy culpable frente a Dios.”

Dios no niega nuestra culpa porque el no puede mentir. El no nos ve como inocentes porque para él somos culpables, atrapados en la red del pecado. En efecto, nuestra justificación no tiene nada que ver con que nosotros seamos inocentes. Cuando somos perdonados por Dios a través de la cruz, es porque somos culpables de haber quebrantado la ley. Él nunca nos revindica, al contrario, nos perdona, borrando nuestros pecados únicamente por su gracia y misericordia.

“Yo anuncié, y salvé, e hice oír, y no hubo entre vosotros dios ajeno. Vosotros, pues, sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios.” (Isaías 43:25). “He aquí, amargura grande me sobrevino en la paz, más a ti agradó librar mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados.” (38:17). “El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.” (Miqueas 7:19).

El perdón que nos da Dios es completamente inmerecido.

Por nuestros pecados, merecemos juicio y maldición. Sin embargo, viene nuestro abogado, nuestro defensor, estirándose con sus manos heridas a nuestra corte.

Él nos sonríe y susurra, “No temas, ningún cargo permanecerá. Tu saldrás de esta corte libre y lleno de perdón. Cuando yo termine, tu acusador ya no tendrá ningún cargo contra ti.”

Pero aún queda el asunto de hacer justicia. ¿Qué pasa con los cargos reales contra nosotros?

Nosotros escuchamos mientras nuestra defensa analiza nuestro caso, viendo lo increíble de su argumentación. “Juez, usted sabe que yo cumplí la ley, viviendo una vida sin pecado. Después tomé el lugar de esta persona, tomando todo el castigo por sus crímenes. A través de estas manos clavadas y mi costado abierto, salió sangre de mi para limpiar todas sus transgresiones. Todas estas acusaciones y cargos que usted ha escuchado el día de hoy han sido puestas por completo en mi espalda. He pagado la pena por cada una de ellas.”

“Satanás, acusador, usted no tiene como presentar cargos hacia mi cliente. Cada uno de sus pecados ha sido puesto en mí, y lo he perdonado por completo. Ellos son inocentes por la fe en la victoria de mi sacrificio que les ha dado a ellos un total y completo perdón. Usted no tiene un caso. Mi cliente es libre.”

Mientras el diablo sale de la corte de Dios, usted puede escuchar al bendito Dios clamando, “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.” (Romanos 8:33).

La segunda parte de nuestra justificación es nuestra aceptación del amor de Dios.

“Y esto erais algunos; más ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.” (1°Corintios 6:11). Las personas de las cuales Pablo habla aquí fueron salvadas de horribles pecados. ¿Como se volvieron rectos delante del Señor? ¿Qué fue lo que pasó para que ya no fueran malos sino que fueran completa y amorosamente aceptos por el Señor?

La segunda parte de nuestra justificación lo explica. Cuando Jesús fue a la cruz, El crucificó a nuestro “antiguo hombre”. Ahora nuestro antiguo hombre de nuestra carne ha sido eliminado ante los ojos de Dios. En su lugar, hay solo un hombre, aquel con quien Dios está de acuerdo, y ese es su amado Hijo.

Cuando Jesús acabó su trabajo en la tierra y se sentó a la diestra del Padre, Dios dijo, “De ahora en adelante, solo reconozco a uno como justo. Cualquier otro que venga a mi debe venir mediante él, mi Hijo. Cualquiera que quiera ser justo, debe aceptar su justicia y ninguna otra.” Somos aceptos a los ojos de Dios solo por la fe en Cristo y la obra de redención que él hizo por nosotros. “para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado,” (Efesios 1:6).

¿Ves cuán importante es permanecer en Jesús, venir rápidamente cada vez que caes? Debes de aprender a correr a él y clamar; “Jesús, yo te he fallado hoy. No he podido quitarme esto. No importa lo que haga, nunca podre ser reconocido delante del Padre excepto que venga en tu nombre. Mi unica petición es tu sangre redentora.”

 Lo único que podemos presumir es en Jesus y su gran obra para con nosotros.

“Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.” (1°Corintios 1:30-31).

Justificado por la fe es la cosa más humilde en el mundo. Es duro ver que Dios no acepta nuestra carne, que debemos de poner de lado nuestras constantes luchas y descansar en la obediencia de Jesús. En efecto, debemos de aprender a depender completamente de Cristo para poder obedecerlo.

Nuestro Viejo hombre está muerto, y nuestro nuevo hombre es nosotros en Jesús. Cuando pones tu fe en él, Dios te acepta completamente. Nos considera rectos, ocultos en el seno de su amado Hijo. Así que, cuando peques o caigas, corre rápido a tu abogado defensor. Confiesa tus fallas a él, y descansa en su justicia.

Una vez que te des cuenta lo que Jesús ha alcanzado en la cruz, tú odiaras el pecado más que nunca. Comenzaras a obedecer a Jesús, orar a él y añorarlo alegremente porque él te ha puesto en lugar seguro, en la sólida base de su gracia. Entonces podrás decir: “¿Quién me puede acusar? Cristo me justificó. Descanso en el cómo mi justificación.”

“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.” (1°Juan 2:1). Tienes un gran abogado; corre a él ahora. Deja que él alegue tu caso, y entra a su descanso por fe en su maravillosa obra hecha en a favor.

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