UN ANHELO EN EL CORAZÓN DE DIOS
Jesús cuenta la historia de un joven que tomó su parte de la herencia de su padre y la despilfarró en una vida desenfrenada. Terminó en quiebra, arruinado en salud y espíritu, y en su punto más bajo decidió regresar a la casa de su padre. La Escritura dice: “Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20).
Nada impidió el perdón de este padre al joven; el hijo no tenía que hacer nada porque su padre ya había hecho provisión para la reconciliación. Él corrió hacia su hijo y lo abrazó tan pronto como vio al chico que venía por el camino. La verdad es que el perdón nunca es un problema para un padre amoroso. Del mismo modo, nunca es un problema para nuestro Padre celestial cuando ve a un hijo arrepentido. Pero, contenido en el abrazo de este padre, estaba su anhelo de que su hijo fuera restaurado. Quería la compañía de su hijo, su presencia, comunión con él.
“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió … acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe” (Hebreos 10:19-20, 22).
Los creyentes son muy conscientes del lado humano de la obra de Cristo en el Calvario: el perdón de nuestros pecados, el poder de la victoria sobre todas las ataduras y, por supuesto, la promesa de la vida eterna. Sin embargo, hay otro beneficio de la cruz y éste es para el beneficio del Padre. Es el deleite que viene a él cada vez que recibe a un hijo pródigo en su casa.
Amados, el verdadero asunto en el corazón de esta parábola del pródigo tiene menos que ver con la llegada al hogar del hijo y más con la felicidad del padre por su retorno. Y así es con nuestro amoroso Padre celestial. Su corazón está en pleno deleite cuando nosotros entramos confiadamente en su presencia para tener comunión con él.