Un Cántico de Ánimo en los Días Oscuros
“He aquí, Jehová vacía la tierra y la desnuda, y trastorna su faz” (Isaías 24:1). El profeta Isaías nos advierte que en los últimos días Dios va a “trastornar el mundo”. Según esta profecía, el juicio repentino vendrá sobre la tierra y cambiará todo en una sola hora. Dentro de ese breve lapso, el mundo entero será testigo de una rápida destrucción sobre una ciudad y una nación, y el mundo nunca volverá a ser el mismo.
“Quebrantada está la ciudad por la vanidad; toda casa se ha cerrado, para que no entre nadie… La ciudad quedó desolada, y con ruina fue derribada la puerta” (Isaías 24:10,12). Isaías profetiza que la ciudad está bajo juicio y es puesta en confusión. Cada casa está cerrada, sin que nadie entre ni salga.
¿De qué sirven los mensajes proféticos? Recuerda que Jesús advirtió a Jerusalén de la devastación repentina que vendría sobre esa ciudad. Iba a ser quemada hasta los cimientos, con más de un millón de personas asesinadas. Cristo explicó su advertencia: “Os lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis” (Juan 14:29). En esencia, estaba diciendo: “Cuando suceda, sabrán que hay un Dios que los ama y les advirtió”.
En días de prosperidad, nadie quiere escuchar un mensaje como el de Isaías. Pero no podemos ignorarlo porque está aquí en nuestra puerta. En esos momentos, dice Pablo, cuando tengamos conocimiento de que se acerca una destrucción repentina, no debemos temblar ni afligirnos como el mundo. En lugar de ello, debemos consolarnos unos a otros en la fe, sabiendo que Dios gobierna sobre todos los aspectos de nuestra vida.
“Seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo” (1 Tesalonicenses 5:8). Pablo instruye: “Ármense de fe, edifiquen su fe ahora, antes de que llegue el día. Aprendan su canción y podrán cantarla en medio de su fuego”.
Esta es la esperanza de nuestra santísima fe: Nuestro Señor hace que salga un cántico de los tiempos más oscuros. Empieza ahora a fortalecer tu santa fe en él y aprende a alabar su majestad en silencio en tu corazón. Cuando cantes tu canción, ésta fortalecerá y animará a tus hermanos y hermanas. Y testificarás al mundo: “¡Nuestro Señor reina sobre el diluvio!”