Un Clamor Sin Una Voz
En Marcos 7, encontramos a Jesús haciendo un gran milagro. Toda la dramática escena toma lugar en solo cinco versículos:
“Luego regresó Jesús de la región de Tiro y se dirigió por Sidón al mar de Galilea, internándose en la región de Decápolis. Allí le llevaron un sordo tartamudo, y le suplicaban que pusiera la mano sobre él. Jesús lo apartó de la multitud para estar a solas con él, le puso los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Luego, mirando al cielo, suspiró profundamente y le dijo: "¡Efatá!" (que significa: ¡Ábrete!). Con esto, se le abrieron los oídos al hombre, se le destrabó la lengua y comenzó a hablar normalmente.” (Marcos 7:31-35).
Imagínense la escena. Mientras Jesús llegaba a las costas de Decápolis, se encontró con un hombre a sordo y tartamudo. El hombre podía hablar, pero su hablar era incomprensible. Cristo apartó al hombre a un lado, y puso sus dedos en sus oídos. Entonces Jesús escupió y toco su propia lengua. Él pronunció dos palabras: “Sé abierto.” E instantáneamente, el hombre podía oír y hablar claramente.
Justo antes de esta escena, Jesús también había libertado a la hija de una mujer quien estuvo poseída por demonios. Con tan solo decir una palabra, él echó el espíritu maligno fuera de la niña. Me pregunto: ¿por qué están grabados estos dos milagros en las Escrituras? ¿Están incluidos solo como dos escenas más de la vida de Jesús en la tierra?
La gran mayoría de los cristianos creen que tales historias están preservadas en las Escrituras porque tienen mucho que revelarnos. La intención de estas es para mostrarnos el poder de Dios sobre Satanás y la enfermedad. Ellas están para comprobar la deidad de Cristo, para establecer que él era Dios encarnado. Y también están para animar nuestra fe y para demostrarnos que nuestro Dios puede obrar milagros.
Yo creo que estas historias fueron grabadas por todas estas razones y mucho más. Jesús nos dice que toda palabra que él pronunció salía del Padre. Él no dijo ni hizo nada por su propia cuenta, sino por la dirección de su Padre. Mas aun, cada evento de la vida de Cristo contiene una lección para nosotros, sobre quién los fines del mundo se manifiestan (ver 1 Corintios 10:11).
Este milagro en Marcos 7 no se trata tan solo de la sanidad de un hombre que vivió siglos atrás. Como todo evento grabado de la vida de Jesús, tiene un significado especial para nosotros hoy en día. Y como la parábola de Cristo del tesoro escondido en el campo, debemos buscar su significado.
Hace algún tiempo, quedé perplejo por preguntas acerca de la generación presente de jóvenes. Estas ardientes preguntas simplemente me han desconcertado. Mas aun, creo que esta historia milagrosa contiene una revelación que contesta muchas de esas preguntas.
Primero quiero preguntar, ¿quién lleva este hombre a Jesús: “Un sordo tartamudo,…” (Marcos 7:32)? No nos dan su nombre. Sin embargo, yo sé a quién representa para nosotros hoy. Él es un ejemplo de aquellos que “tienen oídos, pero no oyen” (Salmo 115:6). Por supuesto, que este versículo se refiere a una condición espiritual. Describe un estado de sordera espiritual, una incapacidad para oír y comprender la verdad de Dios.
Estoy profundamente impresionado que este hombre sordo y tartamudo es como la gran mayoría de jóvenes hoy en día. Creo que esto es especialmente cierto de niños en hogares cristianos. Muchos no parecen tener la capacidad para oír y digerir la Palabra de Dios. Me estoy refiriendo a muchachos buenos, respetuosos, y obedientes, no los que andan de fiesta en fiesta. No están involucrados en drogas, alcohol, sexo o inmoralidad. Pero están extremadamente pasivos hacia Dios. En todos mis años de ministerio, nunca he visto tal falta de participación en las cosas de Dios como en esta generación presente.
He conocido muchos de estos jóvenes espiritualmente sordos por todo el mundo. Y por años, me pregunté por qué tanta gente joven buena, especialmente aquellos criados por amorosos padres cristianos, pueden mantenerse tan pasivos hacia Jesús. Ellos escuchan sermones convincentes, se les enseña un evangelio de amor, pero aun así no responden.
Me he sentido profundamente herido por esta condición en algunos de mis propios nietos. Ellos han escuchado mis sermones, me han visto predicar con lagrimas piadosas y la autoridad del Espíritu Santo. Pero no muestran una reacción visible. A veces pienso, “Quizás hoy sea el día en que el Espíritu Santo derrita esa tibieza, esa pasividad. Quizás veré alguna lagrima que mostrará alguna evidencia de que Dios ha tocado a este joven corazón.”
A veces pienso, “¿Estarán sordos? O, ¿han rechazado a Dios? ¿Han cerrado sus oídos para no escuchar?” Lucho con estos pensamientos, porque yo sé que estos son jóvenes buenos que no han rechazado a Jesús. Pero simplemente no tienen una pasión. Y Cristo mismo advierte que gente buena terminaran en el infierno si siguen tibios. (ver Ap. 3:16).
Veo la misma condición en esposos cristianos. Estos son buenos hombres, esposos fieles, padres amantes y proveedores responsables. Cuando ellos asisten a la iglesia con sus esposas, yo sé que esas mujeres están orando: “Quizás hoy su corazón será tocado.” Pero después, el esposo sonríe y dice, “Disfruté de esto hoy. Volveré contigo otra vez.” Estos no rechazan a Cristo. No son malignos, sensuales ni inmorales. Pero si ellos continúan solo admirando a Cristo, están perdidos.
Les digo, tales personas tienen oídos, sin embargo no escuchan. Están espiritualmente sordos.
La única esperanza para el hombre sordo y tartamudo era acercarse a Jesús. Él necesitaba un encuentro personal con él.
Déjame señalar que este hombre no era como aquellos que Pablo describe: “no soportarán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oír,” (2 Timoteo 4:3-4). Este hombre tampoco tenia “espíritu de sueño… oídos que no escuchan” (Ro. 11:8). Él no era como aquellos descritos en Hechos 28:27: “porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyeron pesadamente y sus ojos han cerrado, para que no vean con los ojos y oigan con los oídos.” Ni tampoco era como aquellos descritos ante el apedreamiento de Esteban, gente que “… se taparon los oídos…” (Hechos 7:57).
El hecho es que este hombre quería oír. Él quería ser sanado desesperadamente. Sin embargo, leemos, “Allí le llevaron un sordo tartamudo” (Marcos 7:32, itálicas mías). Este hombre no llega a Jesús por su cuenta. Tuvo que ser llevado a él. Claramente, él debió saber quién era Jesús, y que él tenia poder para sanar. Mas aun, este sabía comunicarse, por señas o por escrito. Y podía desplazarse solo. Sin embargo, nunca hizo el esfuerzo de ir a Jesús por sí solo. “Le llevaron” a él.
¿Quiénes eran ellos en este versículo? Solo puedo especular que ellos eran familiares de este hombre o amigos queridos, personas que lo querían lo suficiente para llevarlo a Jesús. Creo que esta escena dice tanto acerca de la situación de nuestros jóvenes hoy. Ellos no irán a Jesús por su propia cuenta. Ellos tienen que ser llevados a él por sus padres, sus amigos, su familia eclesiástica. Como los padres del hombre sordo, nosotros también debemos llevar a nuestros hijos y seres queridos a Cristo. ¿Cómo?, preguntarás. A través de la oración diaria de fe.
Piénsalo. Suponte que los padres de este hombre sordo lo llevaron a Jesús. Ellos sabían cuánto su hijo necesitaba un encuentro personal. Después de todo, ellos no podían rogarle a su hijo que oyera. Sería una tontería rogarle o regañarlo. Y sería cruel hacerle sentir condenado porque no podía pronunciar los pensamientos de su corazón.
Sin embargo, muchos padres cristianos, incluyéndome a mí, pueden ser tan crueles con sus propios hijos en esta misma forma. ¿Cómo? Nos enojamos porque ellos no nos pueden decir por qué no vienen a Jesús. No comprendemos por qué no son capaces de expresar el clamor de su corazón. La verdad es, ellos están espiritualmente tartamudos.
No puedo comenzar a comprender como el mundo ha afectado a esta generación presente. Los jóvenes de hoy han soportado más que cualquier generación anterior. Ellos han experimentado el terror del 11 de septiembre. Ellos han sido testigos de tiroteos en las escuelas. Ellos han soportado escándalos es en la Casa Blanca. Ellos han visto a evangelistas prominentes expuestos como pecadores malignos. Y ahora están viendo a jefes de empresas que han sido descubiertos como estafadores para satisfacer su codicia guiada por la lujuria. ¿Debemos sorprendernos que nuestros jóvenes estén confundidos acerca de quién es Dios y dónde esta en sus vidas?
Sin embargo, no importa cómo nuestros hijos llegaron a esta condición. Es inútil tratar de averiguar por qué están tan sordos a la Palabra de Dios, tan incapaces de expresar el clamor de su corazón. Después de todo, las Escrituras no nos dicen cómo este hombre sordo y tartamudo llego a estar en esa condición. Ni una palabra es mencionada acerca de por qué nació así. Simplemente, no importa. De la misma manera, no sirve ningún propósito que los padres cristianos traten de averiguar qué ellos pudieron haber dicho o hecho mal en la vida temprana de sus hijos. No debemos mirar hacia atrás, ni hacer conjeturas, ni sentir culpabilidad.
El hecho es, que ningún padre o ser querido puede aconsejar a un hijo sordo para que oiga. No puedes amar a una persona tartamuda a tal grado que llegue a hablar claramente. Nunca puede funcionar. Y no hay pastor, consejero o ministro de jóvenes que puedan convencer a un niño a escuchar la verdad. No pueden ser amados, condenados o aconsejados para que escuchen. Simplemente están sordos.
Solo existe una cura, una esperanza, para que nuestros hijos y seres queridos escuchen la verdad. Y esto es un encuentro personal con Jesús mismo. “… y le suplicaban que pusiera la mano sobre él.” (Marcos 7:32). La palabra griega para “suplicar” aquí significa implorar, orar. Estos padres le rogaron a Cristo, “Por favor, Señor, toca a nuestro hijo. Pon tu mano sobre él.”
“Jesús lo apartó de la multitud…” (Marcos 7:33). Cristo supo inmediatamente lo que este hombre sordo quería. Él anhelaba su propio toque, su propia experiencia. Él no podía conformarse con algo que “ellos” habían encontrado. Tenia que ser real para él. Él quería que Jesús abriera sus oídos y libertara su lengua. Y tenía que suceder entre ellos dos.
Puedes decir, “Tu no entiendes. Yo vi, años atrás, cuando mi hijo entregó su corazón a Cristo. Él se arrodilló ante el Señor y oró. Después de eso se deslizó, pero volvió corriendo a Jesús, arrepintiéndose. Él sigue siendo bueno, moral y amable, solo que ahora esta tibio. A él no parecen importarle las cosas de Dios. ¿Qué pasó? ¿Por qué no se rinde completamente? ¿Qué lo esta deteniendo de comprometerse totalmente?”
La respuesta es que no tuvo su propio encuentro con Cristo. Él vino a Jesús por la experiencia de papá, la experiencia de mamá, o la experiencia de un amigo. Él se rindió por la suplica de otra persona. O, quizás escuchó a un predicador dar un mensaje predicando fuego del infierno, se asustó y corrió a Jesús.
Existen un sin numero de razones por las cuales la experiencia no tuvo duración en la vida de su hijo. Mi punto es, él no tuvo un encuentro con Jesús por sí mismo. Él puede conocer la verdad por observar a Cristo en la vida de los demás. Pero él no ha experimentado a Jesús como suyo. Él no fue separado de la multitud ni le entregaron su propio toque. La revelación debe venir a solas con el Señor.
Si has servido a Dios a través de los años, déjame preguntarte: ¿no es cierto que puedes mirar hacia atrás a un día o tiempo cuando tuviste un encuentro sobrenatural con Jesús? Él te tocó y tú lo supiste. No obtuviste la experiencia de otra persona. No fue infundida en ti porque escuchaste a alguien predicarlo. Tu experimentaste a Cristo por ti mismo. Por eso estas confiado en lo que tienes con él.
Jesús sabia que el hombre sordo necesitaba este tipo de encuentro. Así que le hablo a este hombre en su propio idioma: por señas. “ (Él)…le puso los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva.” (7:33). Me imagino a Jesús poniéndose los dedos en sus propios oídos, apuntándole al sordo y pronunciando, “abriré tus oídos.” Entonces sacó su lengua, la tocó, y escupió (probablemente porque un tartamudo no puede escupir). Él indicó, “Voy a cortar el hilo que ata tu lengua. Y serás como los demás hombres.”
¿Puedes imaginarte lo que pasó por la mente del hombre sordo? Debió pensar, “Él está hablando mi idioma. Él no me pide que lo entienda. ¡Él quiere que yo sepa que él me entiende a mí! Y él me ha llevado aparte para que no sea avergonzado. Él sabe lo tímido que soy, y él no quiere un espectáculo publico.
“Él no me esta interrogando o acusando. Él sabe exactamente lo que he estado pasando. Él sabe que yo no lo he rechazado. Él sabe que quiero oír su voz y hablarle. Él conoce que mi corazón quiere alabarle. Pero no puedo hacer ninguna de estas cosas a menos que reciba su toque milagroso. Él debe saber que quiero esto.”
Nuestro Salvador muestra esa misma clase de compasión hacia nuestros seres queridos que no son salvos. Él no hará un espectáculo de nadie. Piensa cuán paciente y afectuoso él fue con Saulo de Tarso. Este hombre muy reconocido estaba destinado a tener un encuentro milagroso con Jesús. Y Cristo pudo ir a él en cualquier momento. Él pudo derribar a Saulo mientras Esteban era apedreado, delante de las multitudes. Él pudo hacer un ejemplo de la conversión de Saulo. Pero no lo hizo.
En su lugar, Jesús esperó hasta que Saulo estuviera casi solo en el desierto, montando su caballo, “apartado de la multitud.” Fue allí que él se acercó a Saulo, tocándolo en forma sobrenatural. Y por años Saulo, llamado Pablo, contó la historia de ese día. Jesús le dio su propio toque milagroso, abriendo sus ojos cegados.
Tu no tienes que caminar por el pasillo de una iglesia para tener un encuentro con Jesús. Sus mejores obras son hechas en secreto. Por eso él nos dice, “Cuando ores, ve a una habitación secreta, un lugar secreto, lejos de la muchedumbre. Entonces búscame en privado. Yo te premiaré abiertamente.”
“Luego, mirando al cielo, suspiró profundamente…” (Marcos 7:34). La palabra para suspiró aquí significa un gemido audible. Evidentemente, Jesús hizo una mueca y un gemido salió de su corazón. Por supuesto que el hombre no podía oírlo, por a sordo. Pero, ¿de qué se trata este gemido?
He leído muchos comentarios acerca de esta escena. Pero ninguna confirma lo que yo creo que el Espíritu de Dios me esta diciendo. Estoy convencido que Jesús estaba mirando al cielo y estaba en comunión con el Padre. Él estaba llorando calladamente en su alma por dos cosas. Primero, él lloro por algo que solo él podía ver en este hombre. Y segundo, él lloro por algo que él ve hoy, encerrado en los corazones de tanta gente, especialmente los jóvenes.
¿Qué vio Jesús tanto en el pasado como ahora? ¿Qué estaba escuchando, tanto en el corazón de este hombre sordo y en los corazones de las multitudes de hoy? ÉL ESTABA ESCUCHANDO UN GEMIR SIN UNA VOZ. Era un gemir del corazón, embotellado, incapaz de ser expresado. Ahora Cristo mismo gimió con un gemir que no podía ser expresado. Él estaba dándole una voz al clamor de todos los que no pueden hacerlo.
Piensa en las tantas noches que este hombre sordo lloró en su lecho porque nadie lo entendía. Ni siquiera su madre o su padre podían discernir lo que él decía. Cuantas veces trató de explicar como se sentía, pero todo lo que salían era sonidos dolorosos y torpes. Quizás pensó, “Si tan solo pudiera hablar, aunque fuera una vez. Si tan solo mi lengua se soltara por un minuto. Le podía decir a alguien lo que esta sucediendo en mi alma. Gritaría, ‘No soy un tonto. No estoy bajo una maldición. Y no estoy huyendo de Dios. Solo estoy confundido. Tengo problemas, pero nadie me puede escuchar.’”
Sin embargo, Jesús escuchó los pensamientos del corazón frustrado de este hombre. Él entiende cada gemido interior que no puede ser pronunciado. La Biblia dice que nuestro Señor es tocado con los sentimientos de nuestras enfermedades. Y él sintió el dolor de la sordera y tartamudez de este hombre.
Creo que Cristo estaba expresando el dolor del Padre por cada gemir inaudible del corazón. Él era Dios en la carne, gimiendo por cada clamor del corazón que no puede ser expresado: ¿Qué me pasa? No estoy enojado con Dios. Y yo sé que Jesús es real. Yo le amo y le quiero servir. Pero estoy confundido. ¿Por qué no puedo expresar lo que esta reprimido en mi corazón?
Yo tengo once nietos, y oro diariamente por cada uno de ellos. Ahora mismo, estoy orando diligentemente por unos en particular, llevándolos a Jesús a través de la oración de intercesión. Estos niños son buenos y obedientes con padres amorosos. Todos confiesan a Cristo y tienen los corazones tiernos. Sin embargo, veo una pasividad en ellos.
Últimamente, he tomado tiempo para hablar con cada uno de ellos a solas. Yo les digo, “Tu sabes que oro por ti. Tu sabes que tus padres también oran por ti. Sabemos cuanto amas al Señor en lo profundo de tu corazón. Pero, ¿por qué eres tan pasivo? Nunca te escucho hablar de las cosas de Dios. No sé si lees tu Biblia u oras. Por favor, dime lo que esta pasando en tu corazón. ¿Algo te esta molestando?”
Al principio, se encogen de hombros. Luego, me dicen, “No sé abuelo. No estoy enojado con Dios. Solo que me confundo. No creo que puedo explicarlo.”
Me voy enmudecido. Tengo que preguntarle a Dios, “¿Qué esta sucediendo? Escucho un clamor, un sonido incomprensible, un anhelo. Pero ellos no pueden expresármelo. Parece que ellos me quieren decir algo pero no pueden.”
Estoy convencido que multitudes de otras personas jóvenes están en esa misma condición. Si ellos pudieran explicar su gemir, sonaría algo así: “He visto tanta hipocresía en la iglesia. Ahora lo veo en el mundo de negocios, en las escuelas, en todas partes. Tengo problemas con las chicas, problemas con mis amistades. Todo se esta amontonando sobre mi. Pero no puedo hablar con nadie. Mis padres están dispuestos, pero parece que no puedo expresarlo, no me sale.”
Nosotros no oímos este gemir. Ningún ser humano puede. Ni tampoco podemos esperar entenderlo. Así, ¿qué podemos hacer? Sabemos que conversaciones de corazón a corazón no sanan oídos sordos. Creo que solo tenemos una opción:
Tenemos que pedirle a Cristo que les dé su propia experiencia. Tenemos que llevarlos a Jesús, exactamente como hicieron los padres del hombre sordo, para que recibiera su propio toque. “Ellos le suplicaron que pusiera su mano sobre él.” (Marcos 7:32). Debemos orar, “Señor, llévalos a solas. Envía tu Espíritu Santo para que conmueva y atraiga sus corazones. Revélateles. Dales su propia experiencia.”
No hace mucho tiempo, un joven pasó al frente en un servicio de oración. Él se sacudía y lloraba. Él me dijo a del estado de Washington, y que, accidentalmente, temprano esa misma noche habia entrado a nuestro servicio. Él había salido para ir a un concierto, pero salió del evento. Ahora regresó a la iglesia y quería la oración. Yo le pregunté, “¿Tus padres son cristianos?” Él contestó, “Sí, señor. Ellos siempre están orando por mí.”
Les pregunto, ¿fue algún “accidente” que este joven entró a nuestra iglesia? Difícilmente. Él estaba experimentando su propio encuentro con Cristo. Nadie lo empujó ni le rogó. Sin embargo, sin lugar a dudas, él fue llevado a Jesús. ¿Cómo? Estoy convencido que sucedió a través de las oraciones de sus padres.
“Luego, mirando al cielo, suspiró profundamente y le dijo: "¡Efatá!" (que significa: ¡Ábrete!). Con esto, se le abrieron los oídos al hombre, se le destrabó la lengua y comenzó a hablar normalmente.” (Marcos 7:34-35).
Jesús obra un milagro en privado para este hombre. ¡Y la primera voz que el hombre sordo escuchó fue la de Cristo! Seguro que Jesús habló con él, para comprobarle que podía oír. O, cuánto debió hablar ese hombre. De su boca salieron años de sentimientos reprimidos. Ahora él podía expresar el clamor interior que antes no tenía voz.
Me lo imagino cayendo en los brazos del Señor, llorando, “¡Jesús, tu oíste la voz de mi clamor!” (ver Salmo 5:2). Considera la profundidad y el poder del Salmo 5 para este hombre sanado: “…Dios mío, porque a ti elevo mi plegaria. Por la mañana, Señor, escuchas mi clamor; por la mañana te presento mis ruegos,…” (Salmo 5:2-3). El amor que este hombre sentía por Jesús ahora era suyo propio. Él tuvo un encuentro con el Señor.
Amados, cuando ustedes oren por sus seres queridos, recuerden que Jesús gime por ellos. Él no suspiró por un solo hombre en Decápolis. Él estaba llorando por el gemir sofocado e interno de tus hijos, tus seres queridos inconversos y los míos. Quizás tu necesitas cambiar la forma en que oras por ellos. Ruega que el Espíritu Santo vaya tras ellos, los busque y los atraiga, los conmueva y los despierte a un deseo fresco por Jesús.
“Señor, toma a mi hijo, mi ser querido inconverso, y apártalo de la multitud. Aíslalo contigo. Y dales tu toque. Permite que ellos tengan un despertar privado y personal. Que sea una experiencia profunda y milagrosa contigo.”
Debo terminar con una advertencia: ¿Estas espiritualmente sordo a la voz de Dios? ¿Tienes la boca cerrada incapaz de hablar íntimamente con Jesús? Entonces no tienes excusa. Tú sabes cómo llegar a Jesús. Y tú sabes que él escucha tu clamor. Él esta esperando que busques un lugar a solas con él. Ahora es el tiempo para acercarte a él, para que él se acerque a ti (ver Santiago 4:8).
En Lucas 18, leemos de un hombre que fue a orar a la iglesia. Él se quedó atrás solo, apartado de la muchedumbre. Él estaba tan desesperado que todo lo que podía hacer era mirar hacia abajo y darse en el pecho (ver Lucas 18:13). Él esta usando el lenguaje de señas, para decir, “Señor, escucha el clamor de mi corazón. Estoy cansado del vacío dentro de mi. Necesito un encuentro contigo. Quiero saber quién eres por mi mismo. Solo tú entiendes lo que hay en mi corazón. Y solo tú sabes por lo que estoy pasando. No puedo orar porque estoy atado. Necesito tú toque, Jesús. Ten misericordia de mi, un pobre pecador” (ver 18:13).
Cristo dijo de él, “éste,… volvió a su casa justificado ante Dios. Pues… el que se humilla será enaltecido.” (18:14). ¡Qué así sea para ti también!