Un fuego en mis huesos

En Jeremías 9, Dios le dio a su profeta una palabra para Israel. Luego él lo mandó a la entrada del templo a profetizar. Jeremías pronunció estas palabras: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Yo traigo sobre esta ciudad y sobre todas sus aldeas todo el mal que hablé contra ella, porque han endurecido su corazón para no oír mis palabras.” (Jeremías 19:15).

Pasur era gobernador del templo en ese tiempo. Y se airo por las palabras de Jeremías. Inmediatamente, se enojo tanto que le pego al profeta. Luego llamo a sus asalariados y les mando que encerraran a Jeremías en el cepo. Debían ponerlo a la puerta de la ciudad, donde fuera humillado a la vista de todos.

El cepo era un instrumento de tortura; y Jeremías estaría en dolor constante por veinticuatro horas. Primeramente, su cabeza estaría en cierta posición; luego su cuerpo estaba contorsionado, con los brazos cruzados. Él debía permanecer en esa posición torturante por una noche y un día.

Que horrible escena. Recuerda, Jeremías era un profeta ungido por el Señor. Él sabía desde su juventud que él fue llamado a predicar la Palabra de Dios a su pueblo escogido. Pero ahora Jeremías estaba atado y torturado por hacer precisamente eso.

Pero, a pesar de su sufrimiento, Jeremías nunca dudó el llamado. Él conocía la Palabra que le fue dada por Dios. Y había sido así desde el principio de su ministerio.

El Señor mismo había testificado de su relación con Jeremías: “Antes que te formara en el vientre, te conocí, y antes que nacieras, te santifiqué, te di por profeta a las naciones.” (Jeremías 1:5). Dios estaba diciendo, en esencia, “Yo te conocía antes que le mundo fuera creado, Jeremías. Aun entonces, Yo tenía un plan para tu vida. Yo te cree para que predicaras mi palabra.”

Al principio, Jeremías contesta, “¡Ah, ah, Señor Jehová! ¡Yo no sé hablar, porque soy un muchacho! Me dijo Jehová: ‘No digas: "Soy un muchacho", porque a todo lo que te envíe irás, y dirás todo lo que te mande.” (Jeremías 1:6-7). En otras palabras: “Te he llamado, Jeremías. Así que no digas que no puedes hacerlo.”

Luego en Señor añadió: “No digas: "Soy un muchacho", porque a todo lo que te envíe irás, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová.” (1:7-8).

En ese momento, Jeremías nos dice: “Extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He puesto mis palabras en tu boca.” (1:9).

Que momento más increíble en la vida de Jeremías. Cuan maravilloso es saber que Dios ha puesto su mano en ti, que te ha revelado sus pensamientos, y te ha ungido para que hables por él. Esta es la razón por la cual Jeremías nunca dudo las palabras que Dios le dio.

Luego el Señor le dio estas ordenes de marcha a Jeremías: “Tú, pues, ciñe tu cintura, levántate y háblales todo cuanto te mande. No te amedrentes delante de ellos, para que yo no te amedrente en su presencia.” (1:17).

Finalmente, Dios pronuncio esta poderosa palabra a su siervo: “Porque yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro y como muro de bronce contra toda esta tierra, contra los reyes de Judá, sus príncipes, sus sacerdotes y el pueblo de la tierra. Pelearán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte.” (1:18-19).

Considera el terrible mensaje que Dios le dio a este hombre. Él estaba diciendo: “Jeremías, yo planee un ministerio para ti en la eternidad. Y ahora te mando para que saques las mentiras de Satanás de raíz. Quiero que derrumbes todo ídolo y los destruyas ante mi pueblo. Y también debes edificar mi iglesia. Quiero que siembres semillas de mis buenas nuevas. No te preocupes, te dará cada palabra, cuando la necesites.

“Pero nunca temas al hombre. No temas su expresión severa ni sus amenazas. Y nunca temas al fracaso. Recuerda, mientras vivas, yo estoy contigo. Ningún demonio o enemigo te puede tocar. Por lo tanto, no te desanimes. Así que levántate en fe ahora, y haz como te mando. Tienes un propósito divino, y es pronunciar mi mente. No permites que nada ni nadie te derrote.”

Entonces el Señor añadió esta ultima palabra: “No te amedrentes delante de ellos, para que yo no te amedrente en su presencia.” (1:17).

“Si no crees lo que te he dicho, si dudas mi fidelidad hacia ti, entonces no puedes evitar apagarte. Terminaras amargado y cansado y renunciaras. Y te confundirás ante todo aquel que se te oponga. Pero será porque no confiaste en mi Palabra para ti.

“Te digo, no importa que dificultades enfrentes. No importa cuan mal te trate la gente o abusen de ti. Tus amistades, tu familia, aun príncipes y reyes se volverán contra tuya. Pero ellos nunca prevalecerán. He puesto muros de bronce y pilares poderoso alrededor de ti. ¡Yo estoy contigo para librarte!”

Este mensaje es para todo aquel que, como Jeremías, ha sido llamado desde antes de la creación para servir a Cristo.

El Apóstol Pablo dice de Dios: “Él nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos,” (2 Timoteo 1:9).

Simplemente, toda persona que esta “en Cristo” es llamada por el Señor. Y todos tenemos el mismo mandato: escuchar la voz de Dios, proclamar su Palabra, nunca temer al hombre, y confiar en el Señor frente a toda prueba concebible.

Verdaderamente, lo que Dios prometió a Jeremías se aplica a todos sus siervos. Esto es, no necesitamos un mensaje preparado para pronunciarlo ante el mundo. Él ha prometido llenar nuestra boca con su Palabra, en el momento exacto que sea necesitada. Pero eso solo sucederá si confiamos en él.

Pablo nos dice que muchos son llamados como predicadores, maestros y apóstoles, y que todos van a sufrir por esa razón. El se cuenta entre ellos: “De este evangelio yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles, por lo cual asimismo padezco esto. Pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.” (2 Timoteo 1:11-12). Él esta diciendo, en esencia, “Dios me ha dado un trabajo santo que hacer. Y porque tengo ese llamado, voy a sufrir.”

Las Escrituras muestran que Pablo fue probado como pocos ministros lo han sido. Satanás trató de matarlo una y otra vez. La tal llamada muchedumbre religiosa lo rechazo y ridiculizo. A veces hasta los que lo apoyaban lo dejaban abusado y abandonado.

Pero Pablo nunca estaba perplejo ante los hombres. El nunca estuvo desalentado o avergonzado ante el mundo. Y Pablo nunca se canso hasta desmayar. En cada ocasión, él tenía una palabra ungida que pronunciar de Dios, justo cuando era necesitada.

El hecho es que Pablo simplemente no era conmovido. El nunca perdió su confianza en el Señor. Al contrario, él testificó: “…Yo sé a quién he creído y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.” (2 Timoteo 1:12). Sencillamente: “He comprometido mi vida completamente a la fidelidad del Señor. Muera o viva, soy de él.” Y él insta al joven Timoteo que hiciera lo mismo: “Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús.” (1:13).

Solo esta semana pasada le di el mismo consejo a un pastor. Este hombre había entregado su cargo en su iglesia. El se sentía como que había fracasado porque no estaba ganando nuevos convertidos ni ayudando a su gente a madurar.

Su esposa sufría al observar a su esposo caer en profunda desesperación. Ella dijo, “Él es un hombre piadoso, que ora fielmente por su gente. Pero se desanimo porque no estaba ‘dando a luz’ a hijos espirituales. Su predica es ungida, pero la gente no quería escucharla. Él pensó que no le quedaba mas sino renunciar.”

Me asegure de mandarle las palabras de ánimo de Pablo a este hombre. Le inste a que retuviera su fe y la palabra que le fue dada. Dios seria fiel para cumplir todo lo que le había prometido.

Tan solo no era el cuerpo de Jeremías que fue contorsionado. Su alma estaba bajo ataque. Fue una noche oscura y tormentosa para este hombre devoto y preocupado.

Finalmente, después de veinticuatro horas de dolor y humillación, Jeremías fue puesto en libertad. Él fue directamente donde Pasur, el hombre que lo había encarcelado. Y él profetizó: “El Señor tiene un nuevo nombre para ti, Pasur. Significa que vivirás en pavor y temor constante por el resto de tus días.” Ves, Jeremías sabía cuan peligroso es para cualquiera que toca al ungido de Dios. Airado, Pasur simplemente llama al profeta mentiroso.

Por ahora, Jeremías había alcanzado el final de su paciencia. Y comenzó a usar el lenguaje de un siervo cansado: “¡Me sedujiste, Jehová, y me dejé seducir! ¡Más fuerte fuiste que yo, y me venciste! ¡Cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí!” (Jeremías 20:7). La palabra hebrea para ‘seducir’ [en ingles: ‘engañaste’] significa abrirse. Jeremías estaba diciendo en resumen, “Señor, me has expuesto a un gran engaño. Termine como un ministro que ha sido completamente engañado.”

No podemos cubrir de lo que Jeremías esta acusando a Dios. Él esta diciendo, “Señor, tu me llamaste a predicar tu Palabra. Me dijiste que profetizara, que derribara y edificara. Pusiste una palabra dura y difícil en mi boca. Pero entonces, cuando la dije, me abandonaste.

“Yo no entiendo. Yo te obedecí, Señor. Yo fui fiel; no peque contra ti. De hecho, puse mi vida en juego por ti. Y, ¿qué recibí? Engaño, decepción, abandono y abuso.”

Trata de imaginarte lo que paso por la mente de este hombre durante esas veinticuatro horas de tortura: “Predique misericordia a toda esta gente que pasan. Pero ahora todo lo que hacen es abusar de mí. Señor, hable a ellos como tu oráculo. Les rogué que se volvieran a ti. Les dije que tú los sanarías y los bendecirías. Pero se han vuelto contra mí con maldad total.

“Pase días llorando por estos hombres y mujeres. Mi corazón se quebranto por ellos; hasta llore por sus pecados. Mis entrañas fueron movidas con compasión por ellos. Pero ahora ellos se burlan de mí. Diariamente, se mofan de mí. Dios, me has puesto en un infierno viviente. La misma palabra que me diste se ha convertido en un reproche para mí.” (Ver Jeremías 20:7-8).

Puedes pensar: “Dios le prometió a Jeremías que nunca seria avergonzado. Pero, ¿no es eso lo que esta pasando aquí?”

Les aseguro, el siervo de Dios no era avergonzado. Al contrario, el Señor estaba haciendo algo poderoso en la tierra, y solo seria revelado en su tiempo. Él iba a mostrarle a la nación que Jeremías no fue confundido ante ningún hombre. En vez de eso, Jeremías seria un testimonio. Y seria así a través de las edades.

Un ministro me escribió: “Me siento tan vencido. Fui fiel en hacer todo lo que Dios me pidió. Pero cuando tome el paso de fe, él me dejó colgando como ropa para secar.”

Tengo un joven amigo misionero que ha dejado su puesto. Él entró al ministerio con tan grandes expectativas, pero ahora lo esta dejando exhausto. Él tenia una gran carga por las almas, y trabajo diligentemente. Pero después de varios años, aun no ha visto resultados significativos. Él nunca fue aceptado por la gente en medio de la cual trabajaba. Sus hijos fueron abusados por los niños locales; y su esposa terminó cansada y desanimada.

Este hombre ama al Señor profundamente; él es un precioso siervo de Jesús. Pero finalmente, tuvo suficiente. Él me dijo: “Hermano David, me siento como un fracasado. Yo esperaba tanto; pero nada se cumplió.”

Cada año, un número creciente de misioneros pasan por lo mismo. Se están desanimando, renunciando y regresando a casa. Puede que ellos no hablen tan temerariamente como lo hizo Jeremías, acusando a Dios de engañarlos. Pero muy adentro, guardan un resentimiento contra el Señor. Ellos sienten que él los llevó en cierta dirección pero luego los decepcionó.

Otro precioso misionero escribió a nuestro ministerio acerca de renunciar a su puesto. Él explicó: “Me sentí como si Dios me hubiera llevado a un desierto y luego me dejo dando vueltas en el viento. Él me expuso a mis enemigos y luego me abandonó. Abandone el ministerio en total desaliento. Y fracase la prueba de quebrantamiento miserablemente. Me amargue.

“Ahora veo cual era mi problema. No eche raíces de confianza durante mi tiempo de prueba. Cuando las pruebas comenzaban, no dependí sobre lo que yo sabia de la Palabra de Dios y su fidelidad. Olvide su promesa, ‘Nunca te fallare.’”

Yo se lo que es pasar esta clase de prueba. Algunos quince años atrás, cuando la iglesia de Times Square estaba comenzando, Satanás trató de hacer naufragar nuestro ministerio y destruir la iglesia. Hubo increíbles acusaciones de conflictos raciales, ataques personales sobre mi y mi familia. Las mentes de mucha gente joven fue envenenada por los chismes. Algunos se acercaron a mí después de nuestros servicios y preguntaban, “Realmente, ¿Eres un falso como he escuchado?”

Hasta este día, aun duele leer mis notas de aquel tiempo. Comencé a odiar los domingos en la mañana, cuando yo tenía que predicar. A menudo, me sentaba en mi ante-sala y lloraba, hasta que mi esposa, Gwen, ponía sus brazos a mí alrededor y decía, “David, es hora de irnos.”

Pase semanas llorando por el dolor. Finalmente, le dije a Gwen, “No necesito esto. ¿Por qué mejor no vuelvo a escribir libros y a evangelizar? Lo único que ella podía hacer era mover la cabeza y decir, ¿Cómo pueden ser tan crueles algunos cristianos?”

Por supuesto que no renuncie y nunca lo haré. ¿Por qué? Por la misma razón que Jeremías no podía renunciar. Es la razón por la cual otros ministros y trabajadores cristianos no pueden renunciar: “No obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos. Traté de resistirlo [renunciar], pero no pude.” (Jeremías 20:9).

En Jeremías 20:14-18, el profeta soltó una diatriba que suena casi suicida:

“¡Maldito el día en que nací! ¡Que no sea bendecido el día en que mi madre me dio a luz! ¡Maldito el hombre que dio la noticia a mi padre, diciendo: ‘Un hijo varón te ha nacido’!»,… Sea tal hombre como las ciudades que asoló Jehová sin volverse atrás de ello;… porque no me mató en el vientre. …¿Para qué salí del vientre? ¿Para ver trabajo y dolor, y que mis días se gastaran en afrenta?”

Escuche esta misma desesperación en la voz de un ministro que me llamo recientemente. Él me dijo, “David, he entristecido al Señor profundamente. Estoy tan decaído por mi fracaso, estoy vacío, no me queda nada. Siento como que no vale la pena vivir.”

Tantos de los siervos de Dios en la Escritura expresan esos mismos sentimientos. Cuando Job estaba en su oscuridad mas profunda, una voz le instó: “Renuncia a Dios y muérete.” Elías escuchó una voz similar. Y el una vez poderoso profeta terminó rogando: “Señor, toma mi vida. Soy un fracasado, como todos mis padres.”

Quizás ahora mismo tú te sientes como ellos. Fuiste torcido y contorsionado por el enemigo, con tu cabeza encerrada en un cepo. Piensas, “He clamado día y noche, pero mis oraciones no son contestadas. No puedo seguir con esto por más tiempo. No lo necesito en mi vida. Las cosas eran más fáciles cuando estaba en el mundo, antes que conociese a Dios. Él me ha dejado colgando.”

Ahora, algunos cristianos pueden responder: “Expresarse de esta manera esta en contra del Señor. Esto exige una fuerte reprensión.” Pero la verdad es, solo podemos considerar al hombre externo. Dios ve a través del corazón; y él conocía las partes internas de Jeremías. Él decidió no reprender al profeta desesperado. ¿Por qué?

El Señor sabia que un fuego aun ardía en este hombre. Es como si Dios dijo: “Jeremías no se va rendir. Si, él echara humos mientras desahoga su frustración. Pero el aun cree mi Palabra; esta ardiendo en su alma. Y él va a salir de este fuego con una fe inconmovible.

“Yo sé que mi siervo no puede evitar predicar mi Palabra. Yo la he estampado en su alma, su corazón y su mente. Y sus mejores días están ante él; él aun es mi siervo escogido.”

Jeremías en realidad recibió un segundo aire. Repentinamente, él fue lleno con nueva vida. Y él se levantó como diciendo, “Espera, Satanás, tu no puedes engañarme. Tú no me vas hacer correr del ministerio que Dios me dio. El Señor me llamó, y yo sé que su Palabra es segura.”

El profeta entonces testifico, “He oído lo que muchos murmuran: ¡Terror por todas partes! …Todos mis amigos esperaban que claudicara. Decían: « ¡Quizá se engañe, y prevaleceremos contra él y tomaremos de él nuestra venganza!» Mas Jehová está conmigo como un poderoso gigante; por tanto, los que me persiguen tropezarán y no prevalecerán;… ¡Cantad a Jehová, alabad a Jehová, porque ha librado la vida del pobre de mano de los malignos!” (Jeremías 20:10-11, 13).

Quizás ahora mismo piensas que tu fuego se ha apagado. Estas convencido que no queda una chispa. A lo mejor fue el pecado que apago el fuego. Caíste y poco a poco tu fuego disminuyo. He escuchado las trágicas historias de hombres y mujeres piadosos que fueron llevados a la ruina a causa del Internet. Para la mayoría de los hombres, fue la seducción de la pornografía. Para las mujeres, fue encontrarse con un hombre en un ‘chateo’ y comenzar una aventura.

Tristemente, mucho del cuerpo de Cristo hoy se parece a un Valle de Huesos Secos moderno. Es un desierto lleno con los esqueletos blanqueados de cristianos caídos. Ministros y otros creyentes devotos se le ha apagado la llama a causa de un pecado asediante. Y ahora están llenos de vergüenza, escondiéndose en cuevas de su propia fabricación. Como Jeremías, se han convencido a sí mismos: “¡No me acordaré más de él ni hablaré más en su nombre!” (Jeremías 20:9).

La contesta a esta pregunta es una “¡Sí!” absoluto. ¿Cómo? Sucede al renovar nuestra fe en la Palabra de Dios.

La Palabra del Señor es en sí misma un fuego consumidor. Ciertamente, es la única luz verdadera que tenemos durante nuestras noches oscuras de desesperación. Es nuestra única defensa contra las mentiras del enemigo, cuando él susurra: “Se acabo todo. Perdiste tu fuego; y nunca lo vas a recuperar.”

Lo único que nos sacara de nuestra oscuridad es la fe; y la fe viene oyendo la Palabra de Dios. Simplemente, tenemos que aferrarnos a la Palabra que fue implantada en nosotros. El Señor ha prometido, “No te defraudare. Por lo tanto, no tienes razón para desesperarte. No hay causa para rendirte. Descansa en mi Palabra.”

Puedes pensar, “Pero esta noche oscura es peor de cualquier cosa que haya conocido. He escuchado miles de sermones sobre la Palabra de Dios, pero nada de eso parece de valor para mí ahora.”

No te agites. El fuego de Dios aun arde en ti, aunque no puedas verlo. Y debes verter el combustible de la fe sobre ese fuego. Haces esto simplemente confiando en el Señor. Cuando lo hagas, veras como todas tus dudas y lujurias son consumidas.

Por todos lados veo un caer masivo de la Palabra de Dios. Pero, a pesar de esto, también veo a Dios haciendo una obra gloriosa de restauración en su pueblo. Él va detrás de cada soldado que ha sido herido o ha caído. Él conoce a aquellos que han desertado; y él aun los ama. Ciertamente, él se dirige a todos aquellos que se han enlistado en su ejército. Y él les insta a que vuelvan a su llamado original.

El Espíritu de Dios esta respirando vida nueva sobre cada hueso seco. Él les esta recordándoles la Palabra que él implantó en ellos. Y aquellos que una vez estuvieron muertos son reanimados. Están clamando como lo hizo Jeremías: “El fuego de Dios ha estado encerrado en mi por demasiado tiempo. Simplemente, no puedo guardarlo dentro por más tiempo. Siento el poder del Señor levantándome; él esta poniendo nueva vida en mí. Y voy a declarar la Palabra que él me dio. Voy a proclamar su misericordia y poder sanador.”

Isaías nos ofrece toda la prueba que necesitamos del deseo de Dios y disponibilidad para restaurar a sus siervos caídos:

“Porque no contenderé para siempre, ni por siempre estaré enojado, pues decaerían ante mí el espíritu y las almas que yo he creado. Por la iniquidad de su codicia me enojé y lo herí, escondí mi rostro y me indigné; pero él, rebelde, siguió por el camino de su corazón.

“He visto sus caminos, pero lo sanaré y lo pastorearé; le daré consuelo a él y a sus enlutados. Produciré fruto de labios: ‘Paz, paz para el que está lejos y para el que está cerca’, dice Jehová. ‘Yo lo sanaré.’”

El Salmista escribe: “Jehová edifica a Jerusalén; a los desterrados de Israel recogerá. Él sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas.” (Salmo 147:2-3).

Querido santo, no sé cuál será tu lucha específica. Puede que estés en medio de la noche más oscura que hayas conocido. Los cielos parecerán de bronce a tus oraciones.

Pero yo sé esto: Dios ha puesto un fuego en tus huesos y ese fuego aun arde. Puede que solo quede una chispa; pero el Espíritu Santo esto soplando sobre ella. Él es fiel para encender la llama de nuevo en ti. Él te esta levantando, para restaurar el llamado original a tu vida. Y él estará contigo a través de cada noche oscura.

¡No permitas que diablo te derrote!

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