Una fe creciente

“Los apóstoles le dijeron al Señor, “aumenta nuestra fe” (Lucas 17:5). Los hombres que conformaban el estrecho círculo de Cristo preguntaban algo importante a su maestro. Ellos buscaban una mayor comprensión del significado y funcionamiento de la fe. En esencia, ellos estuvieron diciéndole, “Señor, ¿qué clase de fe deseas tú de nosotros? Danos una revelación de la clase de fe que te agrada a ti. Nosotros queremos apropiarnos de la fe en su más pleno significado.”

En apariencia, su petición parecía loable. Aún creo que los discípulos pidieron esto a Jesús porque ellos estaban confundidos. En el capítulo previo, Cristo los había confundido, diciéndoles, “El que es fiel en lo muy poco también es fiel en lo mucho… ¿Si entonces ustedes no han sido fieles en las riquezas injustas, quien os confiará las verdaderas riquezas?” (16:10-11).

Jesús sabía que la carne de sus seguidores buscaba evitar lo que ellos consideraban ser las cosas menos importantes de fe. De modo que él les dijo, “Si ustedes son fieles en las cosas pequeñas, las cosas básicas de fe, ustedes serán confiables en las cosas más grandes también. Así, que pruébense a ustedes mismos ser confiables en los requerimientos básicos de fe. De otra manera, ¿cómo se puede confiar en ustedes con una medida más profunda?

Si somos honestos, admitiremos que somos como los discípulos de Jesús. Nosotros también queremos ir directamente hacia las cosas más grandes de fe, a fin de obtener la clase de fe que mueve montañas. Y, como los discípulos, a menudo juzgamos la fe por los resultados visibles.

Pienso en todas las personas que consideramos tener una gran fe. La mayoría de tales personas han logrado cosas comprobables para el reino: programas de alimentación, ministerios para los pobres y necesitados, mega-iglesias, Colegios bíblicos, misiones al extranjero.

Pensemos en George Muller, el hombre quien construyó orfanatos en Inglaterra y ayudó a fundar misiones en la China. Muller nunca pidió apoyo financiero. Aún así, él oró por cada centavo para estos trabajos piadosos, grandes sumas que a veces llegaban en el último minuto. Muchos cristianos hoy reconocen a Muller como el modelo de un hombre de fe.

También pensemos en Rees Howells, el hombre conocido como “El intercesor.” La biografía de Howells está llena de historias de respuestas milagrosas a sus oraciones intercesoras. Este hombre compró una propiedad tras otra para usarla para el reino de Dios, todas por fe. Como Muller, Howells oró por cada centavo “justo a tiempo.” Algunos consideran que su gran trabajo es otra definición de fe.

Muchos visitantes a la Iglesia de Times Square sienten lo mismo acerca del ministerio de Dios aquí. Se maravillan por los edificios increíbles que el Señor ha provisto, abarcando una cuadra entera en Broadway, y todo libre de deuda. Ven nuestro programa para mujeres la casa de Sarah, nuestro camión Raven programa de alimentación, y otros trabajos de fe. Y nos dicen, “Sus líderes deben ser gente de gran fe. Miren estos resultados increíbles.”

Nuestro ministerio recientemente recibió una carta de un joven presidiario quién es ahora un Cristiano y está en nuestra lista de correo. Él me escuchó decir en un sermón grabado, “El día viene cuando yo tendré que ir a la cárcel para predicar en contra de la homosexualidad.”

El joven me aseguró que si esto pasaba, los prisioneros cristianos a través del país inundarían el sistema carcelario con cartas en una campaña para liberarme. Él dice que yo soy conocido entre los prisioneros como un hombre de gran fe, porque establecí el programa de rehabilitación de drogadictos Desafío Juvenil (Teen Challenge) y otros ministerios para personas con problemas como él. Por lo tanto, él razonaba, “usted es más necesario fuera de la cárcel.”

Agradezco a Dios por Desafío Juvenil (Teen Challenge) y todo su alcance: granjas, ranchos, centros de cuidados, escuelas bíblicas. Y estoy agradecido por cada uno de los otros ministerios Dios-centristas que el Señor ha levantado y bendecido sobre la tierra. Aún, le digo, ninguno de estos grandes, trabajos visibles representan la definición de la fe de Dios. De hecho, ningún trabajo, ninguna cosa hecha por cuán grande que sea, es de ningún valor para el Señor a menos que lo más pequeño, las cosas ocultas de fe estén siendo hechas.

Personas brillantes e inteligentes han realizado trabajos similares sin Dios. Sun Myung Moon y sus seguidores han pagado por edificios valorados en multimillonarias sumas de dólares, han fundado masivas organizaciones caritativas, hasta compraron un servicio nacional de noticias. Sin embargo, ninguna de estas cosas es la medida de fe de Dios.

La verdadera fe, a los ojos de Dios, no tiene nada que ver con el tamaño o cantidad de trabajo que pueda lograr. Mas bien, tiene que ver con el enfoque y la dirección de su vida. Veras, Dios no está tan interesado con tu gran visión como lo está en la clase de persona en que te estas convirtiendo.

¿Cree que el Señor le ha cargado con un sueño que requiere de un milagro para cumplirse? ¿Ha sido usted desafiado a salir en una nueva dirección que demande una fe sobrenatural? ¿Necesita que Dios obre de una forma maravillosa en su hogar - mundo físico, financiero o espiritual?

Las palabras de Jesús debieron haber dejado a sus discípulos rascándose la cabeza. Su maestro sabía que ellos no poseían nada, mucho menos alguna cosa que otra persona les habría dado. Habían abandonado todo para ser sus discípulos. Y ellos le habían seguido a él con lo mejor de su habilidad. Sus palabras aquí simplemente no parecían aplicarse a ellos.

Sin embargo, la pregunta es, ¿qué quiere decir Jesús cuando les dice, “aquello que es de otro hombre” (16:12)? Él está hablando de nuestros cuerpos y almas, las cuales él compró con su propia sangre. “Vosotros sois comprados con un precio: por lo tanto glorificad a Dios en vuestros cuerpos, y en vuestros espíritus, los cuales son de Dios”(1 Corintios 6:20).

Jesús nos está diciendo, “Tu cuerpo ya no te pertenece más. Y si no cuidas de tu cuerpo -- si no me permites mirar dentro de ti, tratar con tu pecado, y santificarte –¿cómo puedes esperar que yo confíe a ti alguna cosa más grande? Primero, retrocede y mira que has hecho con las cosas que ya he confiado a ti.”

Ahora, mientras los discípulos pidieron un aumento de fe, Jesús tenía una respuesta lista para ellos: “Si vosotros tuviereis fe como un grano de mostaza, le diríais a este árbol de sicómoro, arráncate desde las raíces, y plántate en el mar; y éste te obedecería” (Lucas 17:6). Una vez más, el primer enfoque del Señor fue en los asuntos menores de fe, simbolizado por una simple semilla de mostaza.

Este versículo acerca del movimiento del árbol sicómoro siempre me intrigó. Mientras lo leemos, nos imaginamos una persona de gran fe parándose cerca de un árbol y ordenándole, “Ve, sé removido, sé plantado en el mar, y crece allí.” Luego, nos imaginamos el árbol siendo desarraigado, levantándose de la tierra y flotando hasta que éste se hunde entre las olas.

¿Qué estaría sugiriendo Jesús con esta imagen? Un árbol sicómoro no puede ser plantado en el mar y sobrevivir; moriría inmediatamente. Además, nuestro Dios no es un hombre de espectáculos. El no hace o sugiere cosas para proyectarse. Sin embargo, sabemos que cada palabra que Jesús habló es para nuestra instrucción. Por lo tanto, ¿cuál es el significado aquí?

Usted puede decir, “Este verso significa que nuestro Señor es Dios de lo imposible.” Estoy en desacuerdo. Aun en los días de Jesús, era posible que unos cuantos hombres desarraigaran un árbol, transportarlo hasta el mar y plantarlo allí. Hoy, tal trabajo es casi menos difícil con máquinas poderosas habilitadas para desarraigar árboles grandes en pocos segundos. ¿Dónde está la fe requerida para eso?

Yo creo que esta declaración es acerca de sacar las raíces en nuestro corazón. Jesús está hablando de raíces de maldad, las cosas ocultas con las que nosotros debemos tratar como sus seguidores. Él está diciendo, “Antes que puedan creer en Dios para mover montañas, necesitan remover raíces. Y tú no necesitas algo tan grande como la fe apostólica para hacerlo. Todo lo que necesitas es una pequeña cantidad de fe. Te estoy pidiendo hacer algo muy básico: sacar tus raíces de pecado. Yo quiero que examines tu corazón y quites todo lo que no me agrada.”

Nosotros simplemente no podemos considerar emprendido ya ningún trabajo en el nombre de Dios si nuestras raíces de pecado están creciendo profundamente. Y el desafío a arrancar las raíces no está restringido a los pastores, maestros y evangelistas. Esta es la labor de cada Cristiano. Por lo tanto, pregúntese a sí mismo: ¿Cuál es la raíz de pecado que debe excavar profundamente dentro de su cuerpo y espíritu? ¿Es la pornografía, codicia, envidia, amargura, miedo al rechazo, baja autoestima, un sentido de inutilidad?

Jesús nos enseña, “Si tu ojo te ofende, arráncalo” (Marcos 9:47). Por supuesto, este mandamiento es espiritual en significado. Nosotros sabemos que no es nuestro ojo literal el que nos da la ocasión de pecar, pero más bien es el ojo de nuestro corazón lujurioso. Todavía, ¿cómo podemos desarraigar algo que ha crecido profundamente dentro de nosotros por años? Tales fortalezas requieren fe para ser desarraigadas.

De hecho, este es el mensaje de Jesús acerca de la semilla de mostaza. Él está diciéndonos que, por la fe, podemos arrancar cualquier raíz de pecado en nuestra vida –casi todo aquello que Dios ha tratado con nosotros por años.

Este es el motivo por el cual escribí mi reciente libro, El Nuevo Pacto Revelado. En un punto yo me sentí trancado, pensando cómo podríamos arrancar nuestro propio pecado. Yo reflexioné sobre este dilema una noche durante mis vacaciones, mientras caminaba a lo largo de la playa. Yo sentí al Espíritu Santo diciéndome, “David, mira hacia arriba a la Estrella Mayor. En tus propias fuerzas, tú tienes tantas posibilidades de remover el pecado de tu corazón como las de saltar por encima de aquella línea de estrellas.”

El Nuevo Pacto nos muestra que nosotros estamos igualmente habilitados para echar fuera la raíz más profunda de pecado, pero solamente al confiar en el Espíritu Santo. Por un simple grano de fe, nosotros estamos habilitados para orar, “Padre, tú has prometido en tu pacto doblegar mis pecados. Bien, Tú conoces todo sobre mi pecado en particular. Tú has tratado conmigo acerca de esto por años. Ahora yo te estoy pidiendo que tomes control de esto. Yo odio esto, y quiero echarlo de mí. Yo creo que tú estás haciéndolo por mí, Señor.”

Jesús dice que si expresamos tal fe en las promesas del pacto de Dios, nuestras raíces se irán: “Ellas deben obedecerte” (Lucas 17:6). En este punto, el Espíritu Santo arranca las raíces de maldad y los echa en el mar del olvido de Dios, y nunca nos lo recordará nuevamente.

Todos los siervos piadosos que nosotros consideramos como personas de gran fe –George Muller, Reese Howells y otros –empezaron con este trabajo minúsculo. Antes que ellos salieran a hacer ninguna hazaña para el reino, ellos permitieron que Dios tratara con sus raíces. Ellos ejercitaron una cantidad pequeña de fe, pidiendo al Espíritu Santo exponer cada cosa mala en ellos. Y el Espíritu fielmente desarraigó sus pecados, despojándoles de cada cosa que fuese de la carne.

En el proceso, estos hombres aprendieron que ellos estaban desvalidos, inútiles para hacer casi hasta el más simple trabajo de desarraigo en sus propias fuerzas. Sin embargo, al obedecer las órdenes de Jesús para arrancar sus raíces por la fe en el mover del Espíritu Santo, las revelaciones vinieron, y su comprensión de la fe creció.

Si a sabiendas dejamos que una raíz de maldad permanezca en nosotros, seremos despojados de todas nuestras armas espirituales en contra del diablo. Primero, perdemos el dominio de nuestra espada. Entonces somos despojados de toda la armadura. Finalmente, perdemos la voluntad para luchar. Díganme, ¿cómo podremos derribar fortalezas si nos quedamos sin armas? “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, pero poderosas a través de Dios para destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:4).

Vemos un trágico ejemplo de esto en 1 Samuel 13. En el capítulo anterior, Saúl y su ejército de 300,000 Israelitas habían derrotado vigorosamente a los Amonitas en Jabesh-Gilead. La confianza de Israel se elevó debido a su gran victoria. Sin embargo, Dios les advirtió: “Si vosotros no obedecéis la voz del Señor, y os rebeláis en contra de su ordenanza…entonces la mano del Señor será en contra vuestra, así como lo estuvo en contra de vuestros padres” (1 Samuel 12:15).

Ahora, en el capítulo 13, encontramos a Saúl y el pueblo caminando en desobediencia. Esto empezó cuando Saúl ofreció un sacrificio prohibido. El pueblo se puso de acuerdo con él, diciendo, “Quien quiera que haya dicho que Saúl no debería ser nuestro rey debería ser puesto a la muerte.”

Cuando Samuel el profeta piadoso llegó a la escena, sin embargo, él habló estas terribles palabras a Saúl: “Tú has obrado locamente: tú no has guardado el mandato del Señor tu Dios, el cual te mandó a ti: pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre” (13:13).

Inmediatamente, vemos el resultado de la desobediencia de Israel. Sólo cuatro versos después, leemos, “Los saqueadores salieron fuera del campamento de los Filisteos en tres escuadrones” (13:17). Tres unidades de las principales fuerzas de los filisteos irrumpieron pasando sobre todo Israel e incursionando en los pueblos. Estos invasores tomaron botín libremente, incluyendo las armas de Israel.

¿Por qué el pueblo de Dios no paró a los invasores? Después de todo, ellos tenían suficientes armas (incluyendo las armas de los Amonitas, las cuales ellos habían dejado en la batalla). La triste verdad es, que los Israelitas no tenían un espíritu de lucha, debido a sus pecados. Tan pronto como ellos vieron que el enemigo venía, ellos huyeron atemorizados.

Israel fue dejado con nada más que horcas, arados y otros implementos de agricultura. Pero ellos no pudieron forjar o hacer armas de estos porque no había herreros allí: “Ningún forjador fue hallado allí a través de toda la tierra de Israel: por lo que los Filisteos dijeron, para que los Hebreos no hagan de ellos espadas o lanzas” (13:19).

El mensaje de Dios en este pasaje es claro: ”Si continúan desobedeciéndome, Yo no caminaré más tiempo con Uds. Tú puedes parecer que estas haciendo mi trabajo. Pero tú no tendrás mi presencia, bendición o poder.”

La fe es principalmente obediencia, acerca de poseer el poder para obedecer la palabra de Dios. Y Satán conoce esto. Por eso él quiere que te mantengas pegado a la última raíz de pecado en tu corazón. Él sabe que esto quitará todas tus defensas, robándote tus armas y neutralizando tu espíritu luchador.

Veo que esto le está pasando a los ministros y laicos cristianos en todo el mundo. Tienen todas las herramientas necesarias para hacer sus buenas obras. Y, mientras miran sobre los campos de su labor, se felicitan a sí mismos por una gran cosecha y un rebaño lleno. Aún, en todo momento, están en peligro. Hay un usurpador en sus corazones, un pecado agobiante con el cual no quieren tratar. Y los esta destrozando, robándoles la voluntad de luchar. Luego, cuando Satán invada sus vidas, se rendirán sin luchar. Simplemente, no tienen defensas en contra de él.

Como Saúl, todos los creyentes con raíces profundas de pecado terminan confundidos, de doble ánimo y temerosos. La escritura dice de ellos, “Huye el impío sin que nadie lo persiga: mas el justo está confiado como un león.” (Proverbios 28:1). Tales personas pueden decir de sí mismas, “Yo aún tengo dos armas: la oración, y la fe en la palabra de Dios.” Lamentablemente, ellos no las tienen. David declara, “Si observo iniquidad en mi corazón, el Señor no me escuchará.” (Salmos 66:18).

Nosotros simplemente tenemos que decir a nuestras raíces de maldad, “salgan fuera.” Y nosotros tenemos que creer que se irán, de acuerdo a la promesa del pacto de Dios. Solamente entonces nuestro espíritu de lucha regresará. Manejaremos la espada de dos filos de Dios una vez más. Y veremos nuestras oraciones rápidamente contestadas. Finalmente, seremos llenos con la intrepidez y el gozo, haciendo huir a los demonios.

Jesús respondió al pedido de sus discípulos por más fe aun de otra manera. Él les dijo: “¿Quién de Uds., teniendo un sirviente que ara o apacienta ganado, le dirá a él luego de venir del campo, pasa y siéntate a comer? Y no le dirá mas bien a él, haz que todo esté listo para cuando yo venga a cenar, y cíñete, y sírveme, hasta que yo haya comido y bebido; y después de esto come y bebe tú?…Así también vosotros, cuando hayáis hecho todas aquellas cosas que os han sido ordenadas, decid: Siervos inútiles somos, pues solo hemos hecho aquello que era nuestro deber hacer” (Lucas 17:7-8, 10).

Claramente, Cristo está hablando aquí de nosotros, sus siervos, y de Dios, nuestro señor. Para abreviar, él está diciendo que nosotros estamos para alimentar a Dios. Usted desearía saber, “¿Qué clase de alimento se supone que nosotros debemos traerle al Señor? ¿Qué satisface su hambre?”

La Biblia nos dice, “Pero sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). Sencillamente, el plato más delicioso para Dios es la fe. Aquella es la comida que le agrada a él.

Nosotros vemos esta ilustración a través de la escritura. Cuando un centurión pidió a Jesús que sanara a su siervo enfermo con tan solo decir la palabra, Cristo festejó la vibrante fe de aquel hombre. Él respondió, “Verdaderamente os digo, Yo no he encontrado una fe tan grande, ni aún en Israel” (Mateo 8:10). Jesús estaba diciendo, “Aquí hay un Gentil, un extranjero, quien está alimentando mi espíritu. Qué alimento más nutritivo está dándome la fe de este hombre.”

Igualmente, Hebreos 11 sirve una gran fiesta para el Señor. Este capítulo famoso describe la fe de los guerreros amados de Dios a través de la historia.

Luego, noto en las palabras de Jesús una declaración descortés: “Tú no comes primero. Yo lo hago.” En otras palabras, no podemos consumir nuestra fe en nuestros propios intereses y necesidades.

Más bien, nuestra fe es el medio para satisfacer el hambre de nuestro Señor. “Haz que todo esté listo para cuando yo venga a cenar…y sírveme, hasta que yo haya comido y bebido; y después de esto come tú” (Lucas 17:8).

¿Cuán a menudo es nuestra fe consumida en nuestros propios intereses en lugar que en los de Dios? ¿Cuántas de nuestras oraciones consisten en, “Señor, yo estoy trabajando fielmente en la cosecha de tus campos, arando para ti? Y ahora, ¿yo necesito esto o aquello de ti, para continuar mi trabajo?”

A través de los años, un gran número de pastores ha venido a mi oficina a visitarme. La mayoría no ha entrado con su Biblia sino algún gran plan. Tales hombres eran consumidos con una gran visión, sin embargo, nunca hablaron de Jesús. Todos lo que podían pensar era en su sueño: la construcción de una iglesia, un programa de alimentación, un ministerio de largo alcance.

Agradezco al Señor por los sueños y deseos enviados desde el cielo. La mayoría de los ministerios que están en operación hoy son visiones cumplidas, a través de las cargas dadas por Dios. Sin embargo, muchos creyentes cargados no se dan cuenta que antes de que un sueño pueda ser realizado, Dios a menudo toma años para despojar, exponer, romper. Esa simplemente es su manera

Jesús está diciéndonos, “Yo quiero que me alimentes, que me des el control total para formarte y transformarte a mi imagen. Sólo tráeme tu fe. Yo traeré la verdadera visión.”

Jesús continúa, “¿Acaso (el Señor) agradece a aquel siervo porque él hizo las cosas que le fueron encomendadas por él? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos: pues sólo hicimos aquello que era nuestro deber hacer”(Lucas 17:9-10).

La palabra inútil aquí significa sin méritos –haber ganado nada por trabajos o por méritos propios. Jesús está diciendo, “Después que tú has tratado con tus raíces de pecado por fe, no digas, Lo logré. ‘Yo tengo la victoria.’ No, tan solo la gracia de tu padre te la dio.”

Algunas personas empiezan a enorgullecerse cuando ganan la victoria sobre el pecado. Ellos piensan, “Yo he enderezado mi vida. Dios debía estar agradecido porque él tiene un vaso limpio en mí.”

Pero Jesús responde, “No, la verdad es, que tú solamente estas empezando a completar tu tarea. Desde el día en que fuiste salvo, te ordené que abandones tus pecados. Por lo tanto, ¿por qué has esperado cinco, diez, veinte años para obedecerme? Tú no tienes derecho a auto felicitarte.”

Yo conozco a un hermano cristiano cuya esposa lo dejó por otro hombre. A través de aquel período de dificultad, este hombre permaneció moralmente puro. Después, él afirmó, “Yo he ganado mi rectitud. Yo pagué el precio por ello.” No, jamás. No importa cuán penosa o dificultosa pueda ser nuestra prueba, nuestra obediencia jamás puede hacernos virtuosos. Esto simplemente es nuestro deber básico.

Sin embargo, aún la obediencia más simple es alimento para nuestro Señor, porque esta nace de la fe. Es un banquete que causa regocijo en él, diciendo, “Tú estás alimentándome, satisfaciendo mi hambre.”

¿Ha logrado ser honesto con Dios, reconociendo que sus raíces están destruyéndolo? Realmente, ¿se ha arrepentido, ejercitando la fe en la promesa de su pacto para vencer su pecado? Solo entonces el Señor le traerá victoria.

En toda mi vida, conocí a dos líderes de culto quienes tenían gran cantidad de seguidores. (Ambos cultos todavía existen.) Estos hombres fueron visionarios, llenos de carisma, intrepidez y celo. Fueron evangelistas incansables, y ministraban a los pobres y necesitados. Ellos construyeron escuelas Bíblicas y compuestos comunales y enviaron misioneros alrededor del mundo. Sus devotos seguidores dejaron todo atrás para ministrar junto a ellos.

Pero estos grandes hombres superdotados tenían raíces profundas de lujuria. Y porque ambos rehusaron tratar con sus raíces, cada uno de ellos cayó en una horrible espiral de adicciones sexuales

Uno de estos hombres viajaba en un bus especialmente equipado. Una vez él me invitó a pasar, tan pronto como entre dentro del bus, sentí una pesada opresión demoníaca. Mas tarde, aquella horrible inmoralidad del ministro fue expuesta.

El otro líder de culto fue un poderoso predicador con un claro llamamiento a evangelizar. El también fue un dotado discipulador, atrayendo a miles de jóvenes a su ministerio y trabajos misioneros. Además, este ministro fue un marido dedicado y hombre de familia.

Pero él era adicto a la pornografía. Y porque él no trató con su pecado, sus lujurias corrieron salvajemente, llevando a su organización a una locura sexual. Él hizo una regla, que cada mujer joven que fuera a casarse tendría que pasar su primera noche con él. Luego, él hizo que algunas de las mujeres se volvieran prostitutas, enviándolas a hacer lo que él llamó “evangelismo de amor.”

Este hombre, que una vez fue ungido, pasó sus últimos días caminando de un lado a otro en su casa remolque, como un león enjaulado. Sus raíces profundas lo volvieron un loco depravado.

Ambos hombres quisieron mover montañas. Ellos predicaron y enseñaron fe. Y cientos fueron tocados a través de sus ministerios. Aún, yo les digo a Uds., Dios no tuvo parte en sus trabajos. ¿Por qué? Su celo fue de la carne, porque rehusaron desarraigar sus pecados. Como un resultado, sus grandes obras terminaron en absoluta destrucción.

Jesús dice de tales personas, “Muchos vendrán, diciendo, nosotros sanamos a los enfermos, echamos fuera demonios, hicimos muchos trabajos grandes. Pero él les dirá, apartaos de mí, obreros de la iniquidad, yo nunca los conocí” (ver Mateo 7:22-23).

¿Está Jesús hablándote acerca de tus raíces? Si es así, atiende a su voz, a toda costa. El te insta, “Olvídate del evangelismo ahora mismo. Coloca a un lado tus sueños y visiones por un tiempo. Yo he confiado a ti un simple grano de fe. Y yo quiero que tú seas fiel con esta única, pequeña cosa. Ven a mí ahora, y pídeme desarraigar tu pecado, por fe. Entonces aliméntame, por tu obediencia. Haz esto, y entonces tu verás que mi visión santa se cumplirá en tu vida.”

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