UNA GLORIA SIEMPRE CRECIENTE

David Wilkerson (1931-2011)

“Les dijo también: Mirad lo que oís; porque con la medida con que medís, os será medido, y aun se os añadirá a vosotros los que oís” (Marcos 4:24).

Jesús sabía que estas palabras podían sonar extrañas para los oídos no espirituales, por lo que antecedió a su mensaje diciendo: “Si alguno tiene oídos para oír, oiga” (4:23). Él nos estaba diciendo, en esencia: “Si tu corazón está abierto al Espíritu de Dios, entenderás lo que tengo que decirte”.

¿Qué está diciendo exactamente Jesús en este pasaje? Él está hablando de la gloria de Dios en nuestras vidas, es decir, de la presencia manifiesta de Cristo. El Señor mide su gloriosa presencia en diversas cantidades, ya sea en iglesias o en personas. Algunos no reciben nada de su gloria, mientras que otros reciben una medida siempre creciente que emana de sus vidas e iglesias en cantidades cada vez mayores.

Dios ha prometido derramar su Espíritu sobre su pueblo en estos últimos días. De hecho, todas las escrituras apuntan a una iglesia triunfante y llena de gloria al final de los tiempos. Jesús mismo dijo que las puertas del infierno no prevalecerán contra su iglesia, así que no importa cuán ferozmente Satanás muestre sus dientes, él no puede detener la obra de Dios. ¡Jesús ha eliminado su mordida!

Pablo escribe: “A cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo” (Efesios 4:7). A cada uno de nosotros se nos ha dado una medida del Espíritu de Dios de acuerdo con su designio divino. Pablo escribe: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12:3).

¿Cuál es el objetivo de Dios al darnos su Espíritu, su gloria y su presencia, en cantidades variables? Él lo hace con un único propósito: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios” (Efesios 4:13).