UNA NUBE A SEGUIR
“O si dos días, o un mes, o un año, mientras la nube se detenía sobre el tabernáculo permaneciendo sobre él, los hijos de Israel seguían acampados, y no se movían; mas cuando ella se alzaba, ellos partían. Al mandato de Jehová acampaban, y al mandato de Jehová partían, guardando la ordenanza de Jehová como Jehová lo había dicho…” (Números 9:22-23).
La nube que condujo a los hijos de Israel a través del desierto, eventualmente ascendió al cielo. Pero otra nube descendió del cielo siglos después, en el Aposento Alto en Jerusalén. El Espíritu Santo, el mismo Espíritu que se posaba sobre el tabernáculo en el desierto, descendió y se asentó sobre 120 adoradores que se habían reunido en el Aposento Alto después de la muerte de Jesús. Esta nube descendió aún más, hasta la misma habitación donde la gente estaba sentada; y permaneció sobre las cabezas de las personas como lenguas de fuego.
La palabra griega usada para “lenguas” significa “enteramente distribuida”. En pocas palabras, esta nube de fuego se dividió y se asentó sobre cada persona en el Aposento Alto. Luego las llamas poseyeron los cuerpos de las personas.
En ese punto, los seguidores de Jesús estaban “en el Espíritu”, el Espíritu Santo vivía dentro de ellos. Sin embargo, una cosa es que el Espíritu habite dentro de ti y otra cosa completamente distinta es vivir en total sumisión al Espíritu. Puedes estar lleno del Espíritu Santo, pero eso no significa que estés caminando en obediencia a Su guía y permitiendo que seas gobernado por Él.
Nosotros, los que amamos a Jesús hoy, también tenemos una nube que seguir. Podremos estar llenos del Espíritu Santo, orando y cantando en el Espíritu, o experimentando manifestaciones del Espíritu, pero todavía nos tenemos que comprometer a recibir órdenes de Él. Si no esperamos Su dirección en todas las cosas, simplemente no estamos caminando en el Espíritu. La instrucción de Pablo hace esta clara distinción: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:25).