Una Senda al Trono
Llorar no hará que entres a este lugar celestial. Estudiar, intentar o trabajar tampoco lo hará. No, el único camino a la vida del trono es por medio de un sacrificio vivo: “Presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1).
Pablo está hablando por experiencia. Aquí tenemos a un hombre que naufragó, fue rechazado, tentado, perseguido, golpeado, encarcelado, apedreado. Pablo también tenía todas las preocupaciones de la iglesia sobre él. Ahora nos está diciendo: "¿Quieren saber cómo llegué a estar contento en cualquier situación en la que me pusieran, cómo llegué a encontrar el verdadero reposo en Cristo? Esta es la senda, el secreto para apropiarte de tu posición celestial: Presenta tu cuerpo como sacrificio vivo al Señor”.
La raíz griega para "vivo" aquí sugiere "de por vida". Pablo está hablando de un compromiso vinculante, un sacrificio que se hace una vez en la vida. Sin embargo, no lo malinterpretes; este no es un sacrificio que tenga que ver con la propiciación por el pecado. El sacrificio de Cristo en la cruz es la única propiciación digna: "Pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado" (Hebreos 9:26).
El sacrificio que describe Pablo es uno en el que Dios se complace mucho, precisamente porque involucra el corazón. ¿Qué es este sacrificio? Es uno de muerte a nuestra voluntad, de dejar a un lado nuestra autosuficiencia y abandonar nuestras ambiciones.
Cuando Pablo exhorta: "Presenta tu cuerpo", está diciendo: "Acércate al Señor". Sin embargo, ¿qué significa esto exactamente? Significa acercarnos a Dios con el propósito de ofrecerle todo nuestro ser. Significa venir a él no en nuestra propia suficiencia, sino como un hijo resucitado, como santo en la justicia de Jesús, como siendo aceptado por el Padre a través de nuestra posición en Cristo. En el momento en que renuncies a tu voluntad ante él, el sacrificio habrá sido hecho. Esto sucede cuando abandonas la lucha de tratar de agradar a Dios por tus medios. Este acto de fe es el "culto racional" al que se refiere Pablo. Se trata de confiarle nuestra voluntad, de creer que él nos proveerá de todas las bendiciones que necesitamos.