VERDADEROS TESOROS DE LA SABIDURÍA DE DIOS

David Wilkerson (1931-2011)

Hoy, la iglesia de Jesucristo ha sido poderosamente bendecida por Dios, pero a menos que la fuerza impulsadora detrás de cualquier ministerio dependa por totalmente del Espíritu Santo, todos los esfuerzos serán inútiles. La buena música, la predicación elocuente o las personalidades persuasivas está bien, pero sólo el poder y la demostración del Espíritu Santo pueden hacer que la gente se ponga de rodillas.

Salomón fue el hombre más sabio que jamás haya existido. Él era una persona muy bien organizada, mucho más instruido que su padre David; e hizo todo más grande y mejor de lo que cualquier generación anterior podría haber concebido. ¡Todo lo que tenía que ver con Salomón era asombroso, extravagante, muy impresionante! Sin embargo, la fuerza impulsora detrás de Salomón era la sabiduría y el conocimiento; y él dio un mensaje carente de poder.

Comparemos los dos tipos de iglesias, la de Salomón y la de David. En la iglesia de Salomón, un predicador simplemente recopila información veraz y bíblica y crea un sermón a partir de ella. Luego, se dice a sí mismo: “Es la Palabra de Dios, así que debe tener un impacto”. Pero no importa cuán persuasivo sea, sin la unción del Espíritu Santo, es una palabra muerta.

Por otro lado, la iglesia de David está llena de dolor piadoso hacia el pecado y un profundo deseo de conocer al Padre. Cuando David estaba en su lecho de muerte, le habló a Salomón acerca de la intimidad con el Señor. “Hijo mío, quiero contarte el secreto de mi ministerio, por qué Dios ha estado conmigo donde sea que yo iba”. Escuche algunas de las últimas palabras de David a su hijo: “El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua” (2 Samuel 23:2).

David estaba diciendo: "No confié en mi conocimiento ni en mi sabiduría; de hecho, no confié en ninguna parte de mi carne. ¡Yo era un hombre débil, pero dependía del Espíritu Santo! Cada palabra que hablé, estuvo bajo su unción. ¡Sus palabras llenaron mi boca!”

Todos los verdaderos tesoros de la sabiduría y el conocimiento están escondidos en Jesucristo (ver Colosenses 2:3) y están disponibles para nosotros.