Victoria sobre tu pecado asediante

El pecado hace que los cristianos lleguen a ser cobardes que viven en humillante derrota. No pueden levantarse con valor contra el pecado a causa del pecado secreto en sus propias vidas. Ellos excusan los pecados de otros a causa de la desobediencia en sus propios corazones y en no pueden predicar victoria porque ellos viven en la derrota. Algunos de ellos supieron una vez lo que era vivir victoriosamente, tomando la venganza contra el pecado, habiendo cumplido la rectitud de Cristo en sus propias vidas.

Experimentaron el poder, el valor, las bendiciones que vienen a los que son obedientes al Señor. Hoy son solo una sombra de lo que antes fueron. Ahora cuelgan sus cabezas en vergüenza, incapaz de mirar el mundo a los ojos, víctimas del pecado que gobierna sus vidas. Un pecado asediante les ha robado de su vitalidad espiritual y un enemigo tras otro es levantado contra ellos.

Un evangelista una vez poderosamente usado ahora vende automóviles en un pueblo pequeño en Texas. Él una vez se paró en el púlpito como un predicador poderoso del Evangelio y miles se convirtieron a través de su ministerio. Se convirtió en un adúltero, dejó a su esposa y se fue con su novia. En apenas unas pocas semanas, él perdió todo.

¡Ese ministro es ahora tan solo un esqueleto de si mismo, verle arrastrando los pies, abatido y con ojos de tristeza, es lastimoso! Vive en temor constante y pasa noches insomnes pensando en lo que pudo haber sido. Sus ansiedades lo han enfermado físicamente, tiene dolores en el corazón, úlceras e hipertensión. Él se ha arrepentido de su pecado, pero no puede deshacer el pasado. Dios perdona, pero las personas no.

Un joven de dieciséis años me confesó, “tengo relaciones sexuales con mi novia. He estado leyendo lo que la Biblia dice acerca de la fornicación y el adulterio y ahora tengo miedo. Me preocupo que Dios me tendrá que juzgar si la Biblia es verdad. Lo sigo haciendo y estoy lleno de temor, sentimientos de culpa y preocupación. Parece que hay dos personas dentro de mí - una buena y la otra mala. Tengo miedo que la persona mala en mí sobrecoja a la persona buena y que Dios se tendrá que dar por vencido en cuanto a mí. ¿Cómo puedo cerciorarme que la persona buena en mí obtenga la victoria?"

Tanto el ministro como el joven han sido vencidos por sus enemigos de la culpa, el temor y la depresión. Son víctimas, derrotados y humillados por enemigos invisibles que amenazan con destruirlos. El pecado siempre trae a los enemigos. El pecado debilita toda resistencia; convierte a guerreros en debiluchos. La lujuria concibe, entonces trae el pecado, y el pecado trae al enemigo para destruir.

David tenía enemigos. Ellos eran los filisteos, los amoritas, los Sirios y otros enemigos que estaban contra Israel. Cuándo David estaba bien con el Señor y en buena fraternidad, ninguno de sus enemigos podía pararse ante él. Él los mató por las decenas de miles y su nombre era temido en cada campamento enemigo. Pero cuando David pecó y se distanció del Señor, sus enemigos crecieron en bravura y triunfaron sobre él. El pecado hizo que perdiera su valor y confianza, haciéndolo débil ante todos sus enemigos.

El pecado de adulterio de David le siguió inmediatamente a una de sus más grandes victorias. La guerra amonita-Siria fue una de batallas más grandes de Israel. David reunió a toda Israel, pasó con ellos sobre Jordán y batalló en Helam. Los sirios huyeron ante Israel - setecientos carruajes fueron destruidos, cuarenta mil hombres de a caballo fueron eliminados y todos los reyes aliados con los Amonitas y Sirios huyeron.

El capítulo sobre esta gran batalla cierra diciendo, “… hicieron las paces con Israel y les quedaron sometidos.” (2 Samuel 10). Este gran hombre de Dios, asoleándose en la gloria de su victoria más grande, comienza a desear a Betsabé, mata a su marido Urías y comete adulterio con ella. “Pero esto que David había hecho fue desagradable ante los ojos de Jehová.” (2 Samuel 11:27).

Así que el Señor envió al profeta Natán a David. El profeta no vino a aconsejar David sobre cómo manejar su culpa y condenación. El no le ofreció al rey un ungüento para su conciencia golpeada. Mas bien, Natán fue al corazón del asunto. “Usted es el hombre. Usted ha despreciado el mandamiento del Señor. Usted ha hecho mal ante los ojos del Señor. Eres culpable de pecado secreto.”

A un hombre tras su propio corazón, Dios tuvo que decir, “Así ha dicho Jehová: "Yo haré que de tu misma casa se alce el mal contra ti…” (2 Samuel 12:11). Poco después su amado hijo Absalón se vuelve contra él y David huye por su vida al desierto. ¡Qué vista tan lastimosa!

“David subió la cuesta de los Olivos, e iba llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos. Todo el pueblo que traía consigo cubrió también cada uno su cabeza, e iban llorando mientras subían.” (2 Samuel 15:30).

Este hombre lloroso, descalzo y quebrantado ¿es el mismo gran rey que, apenas meses antes, había derrotado dos poderes mundiales? ¿Qué lo convirtió en un hombre débil, impotente y cobarde que huyó ante el enemigo? ¡Fue el pecado - nada más! Como Sansón, David fue cortado de su valor y poder porque él se desplomó ante la debilidad de su carne.

De repente los enemigos de Salomón cayeron sobre él. “Jehová suscitó un adversario a Salomón: Hadad, el edomita, de sangre real, que estaba en Edom.” (1 Reyes 11:14). No solo un enemigo sino dos: “Dios levantó también como adversario… a Rezón… aborrecía a Israel…” (1 Reyes 11:23-25). El pecado y el compromiso debilitaron tanto a este rey poderoso que hasta sus sirvientes se convirtieron en enemigos. "También Jeroboam… siervo de Salomón,… alzó su mano contra el rey. (1 Reyes11:26).

Ni un solo enemigo de Israel podía pararse ante ellos cuando esa nación hacia lo recto ante Dios. Sus enemigos huían aterrorizados ante la mención de su nombre. Los corazones de los enemigos se “derretían como cera” cuando los ejércitos victoriosos de Israel iban a la guerra, con banderas ondeando. Pero cuando Israel pecó, aún sus enemigos más débiles prevalecieron contra ellos. Acan cometió un pecado maldecido y el ejército minúsculo de Ai hizo correr a Israel en humillación y en derrota.

Escucha la oración de Salomón en la dedicación del templo y pronto descubrirás que todo Israel estaba enterado de lo que lo hacia victorioso y lo que traía la derrota sobre ellos.

“Si tu pueblo Israel es derrotado delante de sus enemigos por haber pecado contra ti,… Si pecan contra ti (porque no hay hombre que no peque), y tú, airado contra ellos, los entregas al enemigo,…” (1 Reyes 8:33,46).

Todo lo que Israel tenía que hacer para mantener las bendiciones copiosas del Señor era “escuchar diligentemente los mandamientos del Señor, amar al Señor y servirle con todo tu corazón y alma.” Dios les prometió bendiciones más allá de lo que podrían imaginarse. Dios les prometió “Nadie se sostendrá delante de vosotros; miedo y temor de vosotros pondrá Jehová, vuestro Dios, sobre toda la tierra que piséis…” (Deuteronomio 11:25).

A Israel le fue dicho, “Mirad: Yo pongo hoy delante de vosotros la bendición y la maldición, la bendición, si obedecéis… y la maldición si os apartáis del camino…” (Deuteronomio 11:26-28).

Tan clara manifestación de Dios obrando no se debe perder en nosotros hoy. ¿Es por eso que caemos víctimas ante nuestros enemigos modernos? Nosotros no luchamos contra enemigos de carne y sangre – ¡los nuestros son más poderosos! Nuestros enemigos son el temor, la depresión, la culpa, la condenación, la preocupación, la ansiedad, la soledad, el vacío, la desesperación.

¿Dios ha cambiado su carácter o todavía “levanta adversarios” contra una generación pecadora y comprometida? ¿Será que estos enemigos modernos están venciendo a mucho del pueblo de Dios por su pecado escondido y desliz? Dios no puso una yunta pesada sobre su pueblo. Era tan sencillo y fácil: “Obedece y serás bendecido o desobedece y sufre.” Ese mismo mensaje resuena en el Nuevo Testamento:

“El ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Romanos 8:6).

Tenemos bastante enseñanza sobre como enfrentarnos a nuestros problemas y temor. No tuvimos suficiente enseñanza sobre como tratar con el pecado en nuestras vidas. No puedes curar el cáncer poniéndole parches. Tiene que ser quitado. Continuaremos siendo personas neuróticas-mientras sigamos excusando el pecado en nosotros. No es de extrañar que estamos tan deprimidos, preocupados, cargados con la culpa y la condenación - vivimos en nuestra desobediencia y compromiso.

La mayoría de nosotros estamos plenamente conscientes que el pecado esta a la raíz de todos nuestros problemas. Sabemos que el pecado causa temor, culpa y depresión. Sabemos que nos roba de todo valor espiritual y vitalidad. Pero lo que no sabemos es cómo vencer al pecado que tan fácilmente nos asedia.

La mayoría de los libros que he leído sobre como lograr la rectitud de Cristo - y cómo vivir una vida santa - nunca dicen cómo obtener y mantener la victoria sobre el pecado. Lo oímos predicado todo el tiempo, “el pecado es tu enemigo. Dios odia su pecado. Camina en el Espíritu. Abandone sus malos caminos. Apártate del pecado que sigues consintiendo. No estés atado por las cuerdas de tu propia iniquidad.” Todo eso esta bien y es bueno.

¿Cómo puedes vencer un pecado que ha llegado a ser un hábito? ¿Dónde está la victoria sobre un pecado asediante que casi llega a ser parte de tu vida? Puedes odiar ese pecado; puedes seguir jurando que nunca lo harás otra vez; puedes llorar y gemir por él y vivir en remordimiento por lo que te hace - ¿pero cómo te alejas de esto? ¿Cómo alcanzas el punto donde ese pecado ya no te esclaviza?

Recientemente, le pregunte a sobre 300 buscadores una pregunta muy directa: “¿Cuántos de ustedes están luchan una batalla perdida contra un pecado asediante? ¿Cuántos tienen un pecado secreto que los arrastra por hacia abajo?” Me asombré por la rápida reacción. Casi todos admitieron que eran víctimas, buscando desesperadamente ser liberados de un pecado que los mantenía atados.

Escucho admisiones tan horribles de derrota y fracaso en todas partes que voy con respecto a este asunto de victoria sobre un pecado que acosa. La mayoría son cristianos dedicados que aman profundamente al Señor. No son personas malvadas ni viles; es que tienen que admitir, “tengo éste problema que no me deja ser totalmente libre.”

“No puedo decirle a nadie cual es mi batalla secreta; está entre el Señor y yo. He orado por liberación ya por mas de tres años. He hecho mil promesas para dejarlo. He vivido atormentado. El temor de Dios me obsesiona. Sé que está mal. Pero aunque trato, lo sigo haciendo. A veces pienso que estoy atrapado para siempre.”

Me dices que me aparte de mi pecado – ¡gran cosa! He hecho eso centenares de veces. Pero mi pecado no me suelta. Apenas cuando pienso que he obtenido la victoria - GOLPE - regresa otra vez. He llorado un río de lágrimas sobre mi maldad y estoy cansado de prometerle a Dios que nunca lo volveré hacer. Todo lo que quiero es ser libre, pero no sé cómo. Sé que nunca seré lo que Dios quiere que sea hasta que obtenga la victoria.”

“He estado predicándole a otros por sobre quince años, pero recientemente caí en la trampa de Satanás. He sido paralizado espiritualmente y aunque odio tanto el pecado que me acosa, parece que no puede liberarme de esta esclavitud. Ninguna de las fórmulas y soluciones que le predico a otros parece funcionar para mí. Francamente, me pregunto por cuanto tiempo Dios me soportara antes de que sea expuesto.”

No tengo fórmulas, ningunas soluciones sencillas. Lo si sé es que hay mucho consuelo en la Biblia para aquellos que esta peleando batallas entre la carne y el Espíritu. Pablo peleó la misma clase de la batalla, contra la misma clase de enemigo. Confesó, “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:19).

¡Pablo clamó, así como lo hace toda la humanidad, “O hombre despreciable que soy! ¿Quién me liberará del cuerpo de esta muerte?” Él pasa a decir, “doy gracias a Dios a través Jesucristo nuestro Señor.”

Sí, sabemos - la victoria sobre todos nuestros enemigos se obtiene a través de Jesucristo el Señor. ¿Pero cómo sacamos el poder de su vid en nuestra muy pequeña rama? ¿Cómo funciona esto? Amo a Jesús, siempre lo he amado; sé que él tiene todo poder. Sé que él me promete victoria, ¿pero qué significa? ¿Cómo viene la victoria? No es suficiente ser perdonado; debe ser liberado para no volver al pecado.

Estoy comenzando a ver una pequeña luz en este gran misterio de la piedad. Dios me esta pidiendo que haga las siguientes tres cosas en mi propia búsqueda para la victoria total sobre todos los pecados que me acosan.

Cada momento que estoy despierto debo recordarme que Dios odia mi pecado. Mayormente, por lo que me hace. Dios lo odia porque me debilita y me hace un cobarde. Por lo tanto, no puedo ser una vasija de honor para hacer su obra en la tierra. Si excuso mi pecado como una debilidad - si yo me hago creer que soy una excepción y que Dios se va a inclinar para cumplir con mis necesidades - si saco de mi mente todo pensamiento de retribución divina - entonces estoy en camino a aceptar mi pecado y abriéndome a una mente malvada.

Dios quiere que aborrezca mi pecado, que lo odie con todo lo que está en de mí. ¡No puede haber victoria ni liberación del pecado hasta que este convencido de que Dios no lo permitirá!

El temor de Dios contra el pecado es la base de toda libertad. Dios no puede mirar el pecado; él no puede aprobarlo; él no puede hacer una sola excepción – ¡así qué enfréntalo! ¡Está mal! No esperes ser excusado u otorgado privilegios especiales. Dios debe actuar contra todo pecado que amenaza con destruir a uno de sus hijos. Está mal y nada jamás lo hará bien. El pecado contamina la pura corriente de santidad fluyendo a través de mí. Debe ser confesado y abandonado. Debo estar convencido de eso.

Dios odia mi pecado con un odio perfecto mientras, que al mismo tiempo, me ama con una compasión infinita. Su amor ni una vez se comprometerá con el pecado, pero él se aferra a su hijo pecador con un propósito en mente - reclamarlo.

Su ira contra mi pecado es equilibrada por su gran piedad por mí como su hijo. Su piedad vence su aborrecimiento contra mi pecado en el momento que me ve odiándolo como él lo hace. Mi motivación nunca debe ser temor a la ira de Dios contra mi pecado, sino una disponibilidad aceptar su amor que busca salvarme. Si su amor por mí no puede salvarme, su ira nunca lo hará. Debe ser más que mi pecado lo que me avergüenza y me humilla; debe ser el conocimiento de que él me sigue amando a pesar de todo lo que he hecho para apenarlo.

¡Piénsalo! ¡Dios se compadece de mí! Él conoce la agonía de mi lucha. Él nunca esta lejos, él siempre esta allí conmigo, asegurándome que nada nunca podrá separarme de su amor. Él sabe que mi batalla es suficiente carga sin forzarme a cargar con el temor adicional de la ira y el juicio. Yo sé que su amor por mí hará que él retenga la vara mientras la batalla es peleada. Dios nunca me hará daño, golpeará o me abandonará mientras estoy en el proceso de odiar mi pecado y buscando ayuda y liberación. Mientras este nadando contra la corriente, él siempre esta en la orilla, preparado para tirarme una línea de vida.

El pecado es como un pulpo con muchos tentáculos tratando de aplastar mi vida. Rara es la vez que todos los tentáculos aflojan sus garras de mí a la misma vez. Es un tentáculo a la vez. En esta guerra contra el pecado, es la victoria - un soldado muerto a la vez. Rara es la vez cuando todo el ejercito enemigo caiga de una sola explosión. Es combate mano a mano. Es una pequeña victoria a la vez. Pero Dios no me manda a la batalla sin un plan de la guerra. Él es mi Comandante; lucharé pulgada a pulgada, hora por hora – bajo su dirección.

Él despacha al Espíritu Santo a mí con dirección clara sobre cómo luchar, cuando correr, donde golpear. Esta batalla contra principados y poderes es su guerra contra el diablo - no la mía. Yo solo soy un soldado, peleando en su guerra. Puedo fatigarme, herirme y desalentarme, pero puedo seguir peleando cuando sé que él me debe dar órdenes. Soy un voluntario en su guerra. Estoy listo para hacer su voluntad a toda costa.

Esperaré sus órdenes sobre cómo ganar. Esas direcciones vienen lentamente a veces. La batalla parece ir en contra mía, pero - al final sé que ganamos. Dios solo quiere que yo crea en él. Como Abrahán, mi fe es contada a mí como justicia. La única parte que puedo jugar en esta guerra es creer que Dios me sacará de la batalla victoriosamente.

Lo que yo hago acerca del pecado en mi vida determina cómo mis enemigos se comportarán. La victoria sobre el pecado que asedia hace que todos mis otros enemigos huyan. La preocupación, el temor, la culpa, la ansiedad, la depresión, la agitación, la soledad - todo son mis enemigos. Pero ellos solo pueden hacerme daño sólo cuando el pecado me convierte en un blanco sin protección. Los justos son tan audaces como un león. Ellos tienen una mente y conciencia clara y esto es una fortaleza que estos enemigos no pueden invadir.

¿Quieres la victoria sobre todos tus enemigos? Entonces vaya de manera correcta tratando ferozmente con tu pecado que te asedia. Quita la cosa maldecida en tu vida y llegarás a ser poderoso en Dios.

“… despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, (nos rodea o acosa)…” (Hebreos 12:1).

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