Vida de Resurrección

“Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín, e iban con él muchos de sus discípulos, y una gran multitud” (Lucas 7:11). Cuando Jesús se aproximaba a la ciudad de Naín, le seguía una gran procesión de personas detrás. Él había estado ministrando en las montañas y en los campos, alimentando a las multitudes hambrientas y predicando la venida del Reino de Dios. Ahora muchas de las personas que él había sanado y alimentado se unieron al creciente número de discípulos. Intenta imaginarte a esta muchedumbre danzando gozosamente mientras ellos se acercaban a la ciudad: Ellos seguramente debieron ser semejantes a una gran caravana de gozo.

Sin embargo mientras esta multitud emocionada y gozosa estaba a las puertas de la ciudad de Naín, se toparon con un funeral a su paso. “Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad” (7:12).

Qué contraste. De un lado vemos una gran multitud llena de gozo, unidad y celebración. Ellos habían sido testigos de milagrosas sanidades y de una sobrenatural multiplicación de alimentos. Del otro lado estaban los dolientes que se veían completamente distintos, personas cargadas con los dolores y sufrimientos de la vida. Este grupo vivía una tragedia mientras cargaban el féretro que llevaba el cuerpo de un muchacho jove.

Los cristianos conocen estas dos realidades. De un lado, conocemos el profundo y verdadero gozo de la vida a través de una relación con Jesús. Pero al mismo tiempo, estamos totalmente conscientes de la vida en un mundo que está profundamente fracturado, roto y desesperado. Vemos matrimonios que se separan, seres amados abatidos por él cáncer, hijos indiferentes ante el maravilloso regalo del amor de Dios. Si no estamos enfrentando una situación dura y terrible por nosotros mismos, probablemente conocemos a alguien que sí lo está.

Esto es verdadero inclusive a nivel nacional. A pesar de la prosperidad sin paralelo en Estados Unidos, millones de ciudadanos viven en una terrible pobreza,  incluyendo un creciente número de niños. Como en un funeral, los pobres abren sus ojos cada día meditando, “¿Cómo voy a alimentar a mis hijos? ¿Por qué mi realidad es así?”

Imagina el contraste de los dos grupos en Naín mientras van cruzando por las puertas de la ciudad. Los Seguidores de Jesús danzaban y cantaban sus alabanzas, “¡Dios está con nosotros!” Las personas dolidas en el funeral seguramente estaban horrorizadas al ver esto, y protestaban, “¡Ustedes son muy irrespetuosos! Apártense de nuestro camino.” De repente los que estaban celebrando guardaron silencio y dijeron: “Perdón, estamos avergonzados, no sabíamos que aquí había un funeral.”

Entonces, ¿Qué hizo Jesús cuando vio a las personas que venían dolidas en el funeral? “Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella” (7:13). Cristo dijo, “Esperen un minuto. Hay una necesidad entre nosotros.”

Como pastor yo creo que la vida de la iglesia debería estar llena de danzas y deleite, risas y, sí, diversión. Nosotros deberíamos celebrar esta maravillosa vida que hemos recibido en Cristo. Esto quizá pueda sonar poco serio para usted, pero de acuerdo al salmista es la respuesta más natural de todo y él escribe, “El Señor  es mi fortaleza y mi escudo; en él confió mi corazón, y fui ayudado, por lo que se gozó mi corazón, y con mi cántico le alabaré” (Salmos 28:7).

Así que mientras nosotros podemos llevar y expresar nuestro gozo externamente, debemos estar conscientes de la gran procesión de personas alrededor nuestro que llevan pesadas cargas de enfermedades, pérdidas de seres queridos, sufrimiento y dolor. En medio de nuestra celebración, necesitamos decir lo que Jesús dijo, “Espera un momento, alguien está sufriendo. Volvamos nuestra mirada al que está en necesidad y que va saliendo de la puerta.”

Estoy seguro que esta viuda afligida pensó que su mundo se había acabado. Su hijo había sido el único familiar que le había quedado, y ella probablemente sentía que no tenía razón para seguir viviendo. ¿Cómo ministró Jesús a esta sufrida mujer necesitada. “¡No llores!, dijo él. Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron” (Luke 7:13-14).

Nota lo que sucede cuando Jesús se mueve: Cada quien se detiene en su camino. Todo lo que Cristo hizo fue decirle a esta mujer que no llorara, y él tocó el féretro. Incluso en esta breve y simple acción hay una autoridad muy obvia.

Cuando alguno de nosotros es llamado a alguna situación de desesperación, debemos de ir pero con la autoridad de Dio.

La Biblia nos llama a todos nosotros a alcanzar a los necesitados con el toque del amor de Dios. Esto se hace con confianza. Y no me refiero a la autoconfianza, la clase de entusiasmo que nos hace sentir mejor acerca de nosotros mismos. Me refiero a una confianza que declara, “Nada es imposible para Dios.”Es una confianza fundamentada en la verdad que el mismo Espíritu que levantó a Cristo de los muertos también mora en nosotros. Y cuando Dios nos envía a una situación dolorosa, su presencia puede cambiar las cosas.

Amigo, si tú quieres un buen funeral, no invites a Jesús. Él nunca llegó a un funeral en las Escrituras sin levantar al muerto a la vida. ¿Qué nos dice esto? Nos dice que para Jesús no se trataba solamente de tener compasión. Si, la Biblia dice que él derramó lágrimas por los que estaban en dolor. Pero él también trajo poder y autoridad para transformar lo que estaba muerto, lejos de toda esperanza, y traerlo a la vida nuevamente.

Ese es exactamente nuestro llamado como ministros de sus buenas nuevas. El mismo Jesús dijo que nosotros haríamos mayores obras que las que él hizo. Así que, cuando nosotros estudiamos su vida y su ministerio, no lo hacemos solamente para obtener conocimiento bíblico. Lo hacemos para aprender cómo conducirnos en el mismo Espíritu de Cristo — para caminar, servir y amar de la misma forma que él lo hizo.

Esto significa caminar en la autoridad que él nos ha dado. Cuando Jesús predicaba, la gente recalcaba, “Él habla con autoridad. Nunca hemos escuchado la Palabra de Dios que sea presentada de ésta forma!” Si nuestra generación quiere dejar una marca por Cristo a este mundo, necesitamos poseer la autoridad que él nos dio — para afrontar cualquier situación con una confianza que dice; “Estoy aquí en el nombre de Jesús.”

Tú puedes pensar, “Eso suena muy atrevido. ¿Cómo puedo pretender actuar en el nombre de Jesús?” De hecho, yo sentí eso por muchos años. Yo crecí en una tradición pentecostal y me vi rodeado de una inmensa cantidad de predicación poderosa que escuché. Y luego de muchos años dentro de mi llamado como ministro, me di cuenta de que yo no podía hacer las obras del Reino de Dios sin su poder y autoridad. Sin esto, todo era vacío, religión muerta. Nosotros simplemente no podemos temer lo que el infierno lanza en las vidas de las personas — para poder estar de pie para consolar a quienes sufren y levantarlos y conducirlos a una vida de resurrección.

Jesús demostró esto cuando vio al joven muerto en el féretro. Él dijo, en esencia, “¡Voy a tener compasión de esta viuda. Y después voy a arruinar este funeral!” “Joven, a ti te digo, levántate. Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre” (Lucas 7:14-15).

Cuando Jesús levantó al joven de la muerte, vemos el deseo de nuestro salvador de soplar vida de resurrección en cosas que aparentemente no tienen esperanza.

Jesús nunca se ha detenido de hacer tales obras. Y él quiere hacer lo mismo en medio de nosotros hoy — confrontar todo el dolor y sufrimiento que viene en las puertas de nuestra ciudad con un poder mucho mayor de lo que este mundo quebrantado conoce.

Muchos de nosotros vemos un funeral pasando en frente nuestro y simplemente nos detenemos y pensamos; “La vida es dura. No tengo nada que decirle a esta gente en esta ocasión.” ¿Y qué tal si Jesús te mueve a que pelearas con la muerte de la forma como él lo hizo. Dime, ¿Has visto cómo tu matrimonio se vuelve cada vez más frío? ¿Toleras ver a tus hijos perdidos en las drogas, pensando, “Dios es soberano. No hay nada que yo pueda hacer al respecto.” O hay una voz muy dentro de ti clamando, “¡No más! No voy a permitir más que el fantasma de la muerte descienda sobre mi casa.”

Usualmente cuando los cristianos dicen, “Todo está en la soberanía de Dios,” ellos comparan las obras de Dios con la de Satanás. ¡No! Nuestro Dios es bueno, amante, sanador, transformador, un agente de cambio. El entra en la ciudad con vida, amor, gozo, poder y fortaleza. Y él confronta la muerte con compasión y vida de resurrección.

Conozco a muchos cristianos que miran las derrotas y dicen, “Dios me está llevando por todas estas cosas para enseñarme algo.” Eso puede ser, él ciertamente puede hacer eso. ¿Pero que tal si él está enseñándote discernimiento? ¿Qué tal si te está mostrando la diferencia entre su soberana y prevaleciente voluntad y una oscura resignación espiritual? ¿Qué tal si él te está conmoviendo a actuar en una fe viva, totalmente confiada?

Amigos, nosotros estamos en una batalla. Cuando Pablo le escribió a los Efesios acerca de vestir toda la armadura de Dios, no era una lección para niños de escuela dominical. Era porque se supone que nosotros estamos llamados a guerrear con el enemigo, quien no se rendirá hasta que vea nuestra fe quemada como cenizas. El Espíritu Santo nos ha dado una espada para pelear en la vida real!

Ahora, algunos Cristianos leerán esto y pensarán que esto también se puede aplicar al ámbito político. Ellos tomarán sus Biblias y marcharán hacia la ciudad para protestar porque los diez mandamientos fueron quitados de nuestras cortes. Y sin embargo, ¿Cuántos de esos cristianos pueden tan siquiera nombrar los diez mandamientos? Ellos ni siquiera imaginan la verdadera batalla que Jesús les ha llamado a pelear.

Por favor no me malentiendas - definitivamente hay un lugar para esa clase de frente de batalla. ¿Pero qué es más fácil decir al mundo: “Ustedes están caminando en tinieblas,” o, “Yo les voy a traer vida abundante, vida sanadora”? Jesús le hizo la misma pregunta a la multitud de religiosos de sus días: ¿“Qué es más fácil decir al paralítico, 'Tus pecados son perdonados,’ o, 'Levántate y camina’?” Él después sanó al hombre paralítico para mostrar la diferencia entre la obra vibrante del Reino de Dios y las obras vacías de la religión muerta.

Ojalá que todos nosotros podamos creer, orar, confiar y movernos dentro de la batalla proclamando la vida que Jesús ha comprado para nosotros por un alto precio.

Muchos de nosotros tememos fallar si salimos con fe a confrontar los poderes de las tinieblas.

Cuando yo era un joven pastor, oraba por cualquiera que viniera pidiéndole a Dios que lo sanara. Muchas de esas personas no eran sanadas; de hecho, yo usualmente me contagiaba de cualquier enfermedad que ellos estuvieran sufriendo. Pero aquello nunca me detuvo de seguir orando por ellos. He aquí el porqué.

Dos de cada tres veces que yo predico, fallo. Y yo puedo siempre decir cuando mi sermón no es bueno. Alguien me detendría para felicitarme por mi sermón, pero cuando yo les pregunto qué recuerdan del sermón, ellos se ponen nerviosos y ansiosos. O yo le pregunto a mí amada esposa qué piensa acerca del sermón, y ella cambia el tema y empieza hablar del clima.

Mi punto es éste: ¿Qué pasaría si los predicadores abandonaran la predicación solamente porque su último sermón fue débil? Nosotros no paramos de predicar — de hecho, nunca nos detendremos — porque para eso somos llamados. Nosotros debemos de mantenernos fieles a nuestro llamado y depender del Espíritu para hacer su obra maravillosa y asombrosa.

Aquí hay otra razón por la que yo nunca he dejado de orar por las personas. Algunas veces cuando ellos no son sanados de inmediato, al menos pueden conocer de que Dios cuida de ellos. Y la semilla de fe que es plantada en ellos a través de la oración germinará en el tiempo a medida en que el Espíritu la vaya regando. Nuestro rol es simplemente ser mensajeros fieles de sus Buenas Nuevas — para presentar a aquellos que están heridos un sanador que los ama y cuida de ellos.

Fui apercibido yo mismo de esto recientemente cuando pasé junto a una joven que se encontraba al lado del camino sosteniendo una señal. No sé cómo decir esto más sensiblemente, pero su cara estaba deformada por un inmenso tumor. Inmediatamente fui movido a orar por ella — pero a la medida de que yo detenía mi carro para bajar la ventana, me asusté de repente. No solamente temía que el Señor no actuara, sino que también yo no sabía cómo aproximarme a ella. Entonces continúe manejando.

Me avergüenza decirles esta historia, más sin embargo lo hago para exhortarles. Si nosotros vivimos en temor, nunca actuaremos en fe. Mi oración en estos días es que el Señor me dé la oportunidad de encontrarme con aquella joven mujer otra vez — confiando de que él es fiel para alcanzarla.

Amigo, nosotros hemos sido llamados para creer que Jesús pueda alcanzar al miembro de la pandilla más endurecido, que él puede sanar los cuerpos más deformados, que él puede hacer milagros para el “lo último” Si yo ocasionalmente puedo fallar en el púlpito, entonces todos nosotros podemos fallar en el campo del ministerio. Inclusive si nosotros nos resistimos a nuestro llamado debido al temor, podemos decir a nuestro perdonador, “Señor, yo rechacé tu llamado para ayudarle a esa persona. Dame una oportunidad más por favor.”

¿Has perdido tu confianza? ¿Puedes discernir entre una quieta aceptación de la voluntad de Dios y una conmoción dentro de ti para actuar en contra de las tinieblas? Señor, enséñanos a amar en tu nombre. Y guíanos a caminar como tú caminaste, confrontando a la muerte cuando viene hacia nuestra puerta. ¡Tú eres fiel para atraer vida de resurrección!

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