Convirtiéndonos en Dadores de Gracia
Dios puede usar ángeles para ministrar a la gente y los usa, pero sobre todo usa a sus propios hijos atentos para dar su gracia. Ésta es una de las razones por las que fuimos hechos participantes de su gracia, para convertirnos en canales de ella. Estamos destinados a dársela a otros. A esto llamo “gracia de la gente”.
“A cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo” (Efesios 4:7). Debido al consuelo que nos brinda la gracia de Dios, es imposible que ninguno de nosotros continúe sufriendo toda la vida. En algún momento, el Señor nos sana y comenzamos a acumular una reserva de la gracia de Dios.
Yo creo que esto es lo que Pablo quiso decir cuando escribió: “Fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder. A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo” (Efesios 3:7-8) y luego “… todos vosotros sois participantes conmigo de la gracia” (Filipenses 1:7).
El apóstol está haciendo una profunda declaración aquí, una que el apóstol Pedro lleva aún más lejos. Pedro escribe: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4:10). ¿Qué significa ser un buen administrador o dador de la multiforme gracia de Dios? ¿Soy una persona así? ¿O paso mi tiempo orando sólo por mi propio dolor, quebranto y luchas?
La gracia de Dios hizo a Pablo y Pedro pastores compasivos, capaces de llorar con los afligidos. Ellos decían: “Cuando voy al trono de Dios para obtener la gracia, es por tu bien. Quiero ser un pastor misericordioso para ti, no uno crítico. Quiero poder darte gracia en tu momento de necesidad; y tú debes hacer lo mismo por los demás”.
Amados, nuestros sufrimientos actuales están produciendo algo precioso en nuestras vidas. Están formando en nosotros un clamor por el don de la misericordia y la gracia para ofrecer a otros que están sufriendo. Nuestros sufrimientos nos hacen querer ser dadores de gracia.