SOMOS LOS HIJOS DE DIOS
“El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16). “Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo” (Hebreos 10:15).
“El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16). “Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo” (Hebreos 10:15).
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
La felicidad fluye y fluye en función de nuestras circunstancias cambiantes. Un nuevo bebé o un nieto nace, y todos somos ‘pura sonrisa’. Ganamos unas vacaciones gratis, ¡y estamos extasiados! El jefe da un gran aumento justo cuando necesitamos el dinero extra y nos exaltamos. Pero la euforia es sólo temporal. Inevitablemente algo cambia y se lleva nuestra felicidad con ella. El bebé se enferma; llueve en nuestras vacaciones; nuestro trabajo es eliminado por una fusión corporativa. El sentimiento positivo es efímero.
Isaías profetizó: “Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento” (Isaías 60:2-3).
Esta profecía habla de los últimos días, un tiempo que comenzó cuando la luz, Jesucristo el Señor, entró en la densa oscuridad. Isaías estaba hablando de un gran resplandor amplio y extendido de la gloria de Cristo en las tinieblas. Multitudes de todas partes del mundo gentil vendrían a Su luz.
En Segunda de Crónicas 20 leemos que el rey Josafat recibió un mensaje atemorizante: “Contra ti viene una gran multitud del otro lado del mar, y de Siria… Entonces él tuvo temor; y Josafat humilló su rostro para consultar a Jehová, e hizo pregonar ayuno a todo Judá” (2 Crónicas 20:2-3).
Cuando Jesús transformó el agua en vino durante las bodas de Caná (Juan 2), él estaba dando a Sus discípulos, y a la Iglesia que vendría, un sermón ilustrado. Nuestro Señor nunca hizo algo o dijo alguna palabra que no tuviera un significado eterno. Todo lo que la Escritura registra acerca de Él apunta a la naturaleza inmutable y las obras de Dios.
En Juan 2, Jesús y Sus discípulos fueron invitados a una cena de bodas en Caná.
“Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús. Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos. Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora” (Juan 2:1-4).
Evidentemente, la familia del Señor también recibió la invitación, porque la madre de Jesús estaba ahí. María vino a Él con una petición: “A los anfitriones se les ha acabado el vino”.
“En aquellos días, como creciera el número de los discípulos…” (Hechos 6:1).
Hoy todavía soy un niño pequeño y quebrantado por dentro y Dios sigue siendo mi Padre. Dondequiera que vaya, veo que Él camine a mi lado, sostenga mi mano, me guíe. Cuando tropiezo y caigo, Él se agacha y me recoge. Me limpia mis ropas, besa el dolor y luego continúa conmigo por el camino.
Durante años la gente ha estado acostumbrada a oírme predicar sobre arrepentimiento y santidad. Pero empezaron a cuestionarme cuando mis mensajes comenzaron a enfocarse más en la misericordia, la reconciliación y la esperanza. Hay una explicación sencilla para esto.