Cuando hablo en una cruzada, a menudo busco en mi vocabulario palabras para expresar esa sensación sobrenatural, el momento en que Jesús apareció y cambió mi vida. Pero aún no le hago justicia. La mejor manera que he encontrado es a través de una analogía simple.
Una vez oí a un misionero hablar de grandes avivamientos por todo el mundo. Era claro que, en cada caso, el “espíritu de oración” estaba ligado a la cosecha final. En Vietnam, China, Siberia, el Amazonas, África, el pueblo de Dios está orando con fuego y fervor, llorando y clamando a Dios, buscando Su rostro, tratando con el pecado y tornándose a la justicia.
Veamos la oración de Daniel: “Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos...Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones…porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias” (Daniel 9:17-18).
La palabra “ruego” nunca es utilizada en la Biblia, excepto para denotar un clamor u oración en voz alta; en otras palabras, no es privada ni de meditación personal. ¡El ruego, definitivamente, tiene que ver con la voz!
El libro de Tito nos dice que la gracia nos es dada como poder sobre el pecado, para darnos la capacidad de vivir vidas sobrias y santas: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito
2:11-13).
No importa qué tipo de manifestaciones se vea en lo que hoy es llamado avivamiento. ¡No es un verdadero mover de Dios a menos que éste se encuentre enfocado en la cosecha! La lluvia del Espíritu Santo siempre cae para producir el rescate de almas perdidas.
Dios derramó su Espíritu en Pentecostés para suavizar y preparar la tierra para que la semilla del Evangelio fuera plantada. Creyentes llenos del Espíritu fueron enviados desde el Aposento Alto a todo el mundo para que hicieran discípulos de Jesucristo.
“Jesús es hermoso”. Dudo en usar esta frase porque tiene tan poco poder para transmitir la impresionante realidad de Su gloria. Y no estoy usando “hermoso” como normalmente hacemos, es decir: “¿No es lindo?” o “¿No es guapo?” No podemos comprender toda la profundidad de la belleza de Jesús: Lo increíble, maravilloso, especial y único que Él es.
Sin embargo, todos Sus atributos dicen una y otra vez: Jesús es tierno, amable, precioso. Él está lleno de majestad y esplendor. Él es maravilloso, fuerte, poderoso. Es inteligente, sabio, destacado. ¡Y nunca falla!
A los creyentes en Tesalónica, Pablo les escribió: “No apaguéis al Espíritu” (1 Tesalonicenses 5:19). Sorprendentemente, aunque el Espíritu Santo es completamente Dios, es totalmente posible para los creyentes como tú y yo, obstaculizar Su obra y apagar Su fuego sagrado.
David nos instruye: “¡Los que esperan en ti, delante de los hijos de los hombres! En lo secreto de tu presencia los esconderás” (Salmos 31:19-20). Es hora de encerrarnos con Cristo y derramar nuestros corazones a Él.
Cuando la furia de la tormenta golpee, necesitaremos nuestra propia provisión individual de fortaleza. Cuando estemos en medio de la tormenta, ninguno de nosotros será capaz de lograrlo por la fuerza de alguien más. No podremos recurrir a nuestro compañero, a nuestro pastor, a nuestro amigo, ni siquiera a un profeta de Dios.
El escritor de Hebreos elogia el testimonio de aquellos creyentes que fueron fortalecidos por la oración fiel: “Sostuvisteis gran combate de padecimientos; por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo…y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo” (Hebreos 10:32-34).
“En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta. [Pero] el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas...Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos” (2 Timoteo 4:16-18, énfasis añadido).