Oraciones Confiadas de Corazones Rendidos
¡Qué autoridad increíble se nos ha dado en la oración! ¿Cómo, exactamente, usamos esta autoridad? Por el propio nombre de Cristo. Verás, cuando pusimos nuestra fe en Jesús, él nos dio su nombre.
¡Qué autoridad increíble se nos ha dado en la oración! ¿Cómo, exactamente, usamos esta autoridad? Por el propio nombre de Cristo. Verás, cuando pusimos nuestra fe en Jesús, él nos dio su nombre.
“Por tanto, Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto, será exaltado teniendo de vosotros misericordia; porque Jehová es Dios justo; bienaventurados todos los que confían en él. Ciertamente el pueblo morará en Sion, en Jerusalén; nunca más llorarás; el que tiene misericordia se apiadará de ti; al oír la voz de tu clamor te responderá” (Isaías 30:18-19). Isaías estaba diciendo: “Si simplemente esperas en el Señor, si le clamas de nuevo y vuelves a confiar en él, él hará por ti todo lo que he dicho y más”.
Juan 14 contiene dos promesas magníficas. Primero, Jesús dice: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:12–14). Jesús lo deja claro y simple en el último versículo: “Pide cualquier cosa en mi nombre, y lo haré por ti”.
En Jeremías 5, Dios suplicó: “Recorred las calles de Jerusalén, y mirad ahora, e informaos; buscad en sus plazas a ver si halláis hombre, si hay alguno que haga justicia, que busque verdad; y yo la perdonaré” (Jeremías 5:1). El Señor estaba diciendo, en esencia, “Seré misericordioso, si puedo encontrar una sola persona que me busque”.
En el capítulo 34 de Génesis, vemos los eventos en la familia de Jacob y sus 12 hijos, quienes eventualmente se conocieron como las 12 tribus de Israel. Leví era uno de los 12 hijos de Jacob y tenía una hermana llamada Dina.
“Porque tú, oh Señor Jehová, eres mi esperanza, seguridad mía desde mi juventud. En ti he sido sustentado desde el vientre; de las entrañas de mi madre tú fuiste el que me sacó; De ti será siempre mi alabanza. Como prodigio he sido a muchos, y tú mi refugio fuerte. Sea llena mi boca de tu alabanza, de tu gloria todo el día. No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabare, no me desampares” (Salmos 71:5-9).
Dios está a punto de hacer algo nuevo y glorioso. Esta cosa nueva está más allá del avivamiento, más allá de un despertar. Es una obra de Dios que solo él inicia cuando ya no puede soportar la contaminación de su santo nombre. Él dice: “Actué a causa de mi nombre, para que no se infamase a la vista de las naciones ante cuyos ojos los había sacado” (Ezequiel 20:14).
Aquí está el secreto de Dios para la fortaleza espiritual: “Porque así dijo Jehová el Señor, el Santo de Israel: En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza” (Isaías 30:15).
La palabra para “quietud” en hebreo significa “reposo”. Reposar significa calmado, relajado, libre de toda ansiedad, estar quieto, acostarse con un apoyo debajo.
¡Cuando sufras lo peor, ve a tu lugar secreto y llora toda tu desesperación! Jesús lloró. Pedro lloró amargamente; él llevó consigo el dolor de negar al mismo Hijo de Dios. Esas lágrimas amargas obraron en él un dulce milagro, y volvió para sacudir el reino de Satanás.
Cristo advirtió a sus discípulos: “Les dijo también: Mirad lo que oís; porque con la medida con que medís, os será medido, y aun se os añadirá a vosotros los que oís. Porque al que tiene, se le dará; y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Marcos 4:24-25).
Jesús sabía que estas palabras podrían sonar extrañas para los oídos no espirituales, por lo que precedió su mensaje diciendo: “Si alguno tiene oídos para oír, oiga” (Marcos 4:23). Jesús nos estaba diciendo: “Si tu corazón está abierto al Espíritu de Dios, lo entenderás”.