“Desde el más chico de ellos hasta el más grande, cada uno sigue la avaricia; y desde el profeta hasta el sacerdote, todos son engañadores… ¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? Ciertamente no se han avergonzado” (Jeremías 6:13, 15).
Aquellos que se aferran a una fe inquebrantable verán una gloriosa manifestación del poder de resurrección de Cristo. Solo tú y el Señor conocerán todos los detalles íntimos de su obra, pero él te asombrará; él te emocionará; ¡él te mostrará su gloria!
La grandeza actual de Cristo se puede resumir en un versículo poderoso: “En él estaba la vida” (Juan 1:4). Él era, y es ahora, vida energizante. Jesús se renovaba constantemente al recibir de un depósito secreto que nunca se agotaba. Él nunca se cansó de la multitud que lo presionaba y su paciencia nunca se agotó.
Muchos cristianos están enfrentando grandes obstáculos en sus vidas. Puede ser una pérdida de trabajo, un matrimonio en tensión, un ser querido enfermo o un hijo que está luchando con su fe. Pero no importa cuán sombrías puedan parecer las cosas, Dios está en medio de las vidas de aquellos que lo aman y ponen su confianza en él.
Aunque es crucial comprender los principios que rigen la oración, la comprensión por sí sola no te llevará a una gran victoria. De hecho, la falta de oración a menudo coexiste con un amplio conocimiento de la Biblia. Sólo el Espíritu Santo puede inspirarnos a orar de manera efectiva y él usa varios medios para lograr este propósito.
A menudo esperamos que Dios se mueva en una de estas dos formas: Enviando un derramamiento sobrenatural de su Espíritu Santo para alcanzar multitudes en su reino, o enviando juicio para poner a las personas de rodillas o incluso destruirlas. Pero, amados, ese no es el método de Dios para cambiar las cosas en un día malo. Su forma de reconstruir ruinas siempre ha sido usar hombres y mujeres comunes a quienes él ha tocado. ¡Y lo hace llenándolos con su Espíritu Santo y enviándolos a la guerra con gran fe y poder! “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2:4).
Jesús dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).
Muchos cristianos tienen corazones turbados y algunos viven en temor, secretamente plagados de pánico, agitación y noches de insomnio. Para muchos, la paz va y viene, dejándolos preocupados, inquietos y maltratados por el estrés. Sin embargo, Zacarías profetizó que el Mesías vendría para “que, librados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos en santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días” (Lucas 1:74-75).
“Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús; el cual es fiel al que le constituyó, como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios” (Hebreos 3:1-2).
David reconoció la gran misericordia de Dios cuando dijo: “He publicado tu fidelidad y tu salvación; no oculté tu misericordia y tu verdad en grande asamblea” (Salmos 40:10).
David estaba agradecido con Dios por su gran amor porque él era estaba profundamente consciente de sus propias fallas. “Me han alcanzado mis maldades, y no puedo levantar la vista” (40:12). No importa cuán horrible hayan pecado las personas, el amor de Dios aún los alcanza. Él envió a su Hijo como sacrificio, justamente con este propósito.
“Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver” (Lucas 19:12).
Jesús cuenta la parábola de un noble que confió a algunos de sus sirvientes cantidades iguales de dinero para que administren, mientras él estaba de viaje. A su regreso, el Señor pidió una rendición de cuentas a los sirvientes para evaluar qué tan fieles habían sido en su tarea.
Mi corazón canta con la idea de que a lo largo de la historia de las Escrituras, cuando Dios quería hacer algo profundo, a menudo buscaba a la persona menos capaz de lograrlo. Cuando quiso traer un profeta a la nación, buscó un útero estéril en una mujer llamada Ana. Cuando quiso liberar a su pueblo de la mano de los madianitas, se le apareció a Gedeón, el menor de la casa de su padre en la tribu de Manasés.