No Hay Sustituto Para la Oración
“Sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos” (Hechos 5:15).
“Sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos” (Hechos 5:15).
La iglesia del Nuevo Testamento nació en un resplandor de gloria. El Espíritu Santo descendió sobre ella con fuego, y los primeros cristianos hablaban en lenguas y profetizaban. El temor de Dios caía sobre ellos y sobre todos los que los veían; y multitudes se convertían. Era una iglesia triunfante, sin miedo a Satanás, irreverente hacia los ídolos, inconmovible ante las plagas o la persecución. Era una iglesia lavada por sangre, que vivía y moría en victoria.
El Señor desea intimidad con sus queridos hijos. Él anhela estar encerrado a solas con el amor de su corazón. “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:6).
El orgullo está en lo más alto de la lista de cosas que Dios odia. “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:16).
“Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro” (Hechos 20:25).
Pablo incansablemente proclamaba el Evangelio de Jesucristo y enseñaba a las iglesias día y noche. Él soportaba una severa persecución donde quiera que fuera y cuando supo por el Espíritu Santo que iba a ser martirizado, reunió a los ancianos de la iglesia en Éfeso. Cuando compartió su amor por ellos, también les dejó una directiva importante.
Cada vez que oramos, es vital distinguir entre cuatro indicaciones diferentes del Señor. Al hacerlo, podremos tener el tiempo de victoria que necesitamos para poder hacer su voluntad. Para cualquier oración o situación en nuestra vida, necesitamos discernir de cuál de estas cuatro cosas está hablando el Señor:
“Él [Moisés] entonces dijo: Te ruego que me muestres tu Gloria. Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti… y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro” (Éxodo 33:18-19, 22-23).
Jesús dijo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto… El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (Juan 15:1-2, 6).
“Estad siempre gozosos. Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:16-17). Los hijos de Dios deben hacer que sea una cuestión de conciencia regocijarse en él en todo tiempo y en cualquier circunstancia. Regocijarnos no es nuestra elección; ¡es el mandato de Dios! Si tratamos estas palabras como una opción, socavamos el imperativo de Dios para nosotros.
Hasta que Dios cuenta con nuestro deleite, él realmente no cuenta con nuestro corazón. Hay tres pasos que nos ayudarán a mantener una actitud de regocijo en nuestro Salvador:
David dijo de su Señor: “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores” (Salmos 23:5). Jesús dijo: “Os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino” (Lucas 22:29-30).
Lo único que nuestro Señor busca por encima de todo, en sus siervos, ministros y pastores es la comunión en su mesa. Alrededor de su mesa celestial, hay unicidad: un lugar y un momento de intimidad y relación continua para obtener comida, fuerza, sabiduría y comunión.