Guiados por el Espíritu Santo
Los creyentes deberían anhelar un avivamiento donde la presencia de Jesús sea abrumadoramente poderosa. Allí, las personas quebrantadas sabrán que verdaderamente han sido cubiertas por la gloria de Dios.
Los creyentes deberían anhelar un avivamiento donde la presencia de Jesús sea abrumadoramente poderosa. Allí, las personas quebrantadas sabrán que verdaderamente han sido cubiertas por la gloria de Dios.
Jesús ama a su pueblo y quiere tocar nuestras vidas. Cuando le preguntamos a Jesús: “¿quieres…?”, esa pregunta a menudo se convierte en: “¿Quién es Jesús?” Esa es la pregunta favorita de Jesús.
Cristo salió y encontró a los perdidos y heridos en las calles; los amó y derramó su vida en ellos. Lo más importante es que ellos sabían que él los amaba.
Los creyentes egocéntricos sólo vienen a Cristo para que se les quite el reproche de sus pecados; los verdaderos creyentes anhelan tener intimidad con su novio y desean conocer su corazón.
Con qué facilidad olvidamos que nuestro padre celestial es nuestro socio en nuestro trabajo, independientemente de nuestra carrera o llamado. De hecho, nada nos sucede sin su participación.
No importa cómo hayas caído o cuántas promesas hayas hecho y roto, Dios siempre oirá tu clamor y te traerá nuevamente a una cercana comunión con él.
El Señor sabe que hemos dicho palabras o hecho cosas que no podemos deshacer. Debemos clamar a él en nuestra desesperación. Él quiere sanar y proveer gracia sobrenatural.
No hay ningún lugar al que puedas ir donde Dios no esté. Él está a tu lado y nunca te dejará. Tienes un futuro lleno de esperanza ilimitada gracias a él.
“Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron” (Hebreos 4:1-2).
Cuando Jesús se apareció a María Magdalena en el huerto junto al sepulcro, ella supuso que él era el jardinero. Su corazón se entristeció y gritó: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré” (Juan 20:15).
“Jesús le dijo: '¡María!'. Ella se volvió y le dijo: '¡Raboni!' (es decir, Maestro)” (Juan 20:16). Jesús conoce los nombres de quienes lo aman y llamó a María por su nombre.