Inundados por una Tormenta
Con qué facilidad olvidamos que nuestro padre celestial es nuestro socio en nuestro trabajo, independientemente de nuestra carrera o llamado. De hecho, nada nos sucede sin su participación.
Con qué facilidad olvidamos que nuestro padre celestial es nuestro socio en nuestro trabajo, independientemente de nuestra carrera o llamado. De hecho, nada nos sucede sin su participación.
No importa cómo hayas caído o cuántas promesas hayas hecho y roto, Dios siempre oirá tu clamor y te traerá nuevamente a una cercana comunión con él.
El Señor sabe que hemos dicho palabras o hecho cosas que no podemos deshacer. Debemos clamar a él en nuestra desesperación. Él quiere sanar y proveer gracia sobrenatural.
No hay ningún lugar al que puedas ir donde Dios no esté. Él está a tu lado y nunca te dejará. Tienes un futuro lleno de esperanza ilimitada gracias a él.
“Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron” (Hebreos 4:1-2).
Cuando Jesús se apareció a María Magdalena en el huerto junto al sepulcro, ella supuso que él era el jardinero. Su corazón se entristeció y gritó: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré” (Juan 20:15).
“Jesús le dijo: '¡María!'. Ella se volvió y le dijo: '¡Raboni!' (es decir, Maestro)” (Juan 20:16). Jesús conoce los nombres de quienes lo aman y llamó a María por su nombre.
Yo creo que cuando Jesús lavó los pies de los discípulos, estaba enseñando una lección profunda sobre cómo lograr la unidad en el cuerpo de Cristo.
Cuando Jesús se acercó a Pedro para lavarle los pies, el discípulo retrocedió y le preguntó asombrado: “Señor, no vas a lavarme los pies, ¿verdad? ¡Nunca, nunca!" (ver Juan 13:6). Jesús respondió: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo” (Juan 13:8). Jesús estaba diciendo, en esencia: “Pedro, si te lavo los pies, tendremos motivos para una preciosa comunión, una base para la verdadera unidad”.
“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).
Si quieres ser bondadoso y tomar la toalla para restaurar a un hermano o hermana, no necesitas conocer los detalles de cómo se ensució esa persona. Jesús no preguntó a sus discípulos: “¿Cómo tenéis unos pies tan sucios?” Sólo quería quitarles el polvo. Su amor por ellos era incondicional.
Permítanme ofrecerles lo que yo llamo “la vida dedicada de los viajeros y los usuarios del metro”. Es una manera sencilla para que los cristianos ocupados lleven una vida práctica, profundamente devota y sin nada místico.
La devoción a Jesús significa confiar únicamente en que él satisfará cada necesidad de tu cuerpo, alma y espíritu. Significa dejar de buscar en cualquier otra persona o fuente para saciar esas necesidades. Muchas personas solteras dicen: “Estoy harto de sentirme solo. Necesito un compañero. ¡Si tan solo Dios me diera a alguien!”
No hace mucho, estaba sentado afuera de mi casa, leyendo mi Biblia, y de pronto sentí este intenso anhelo. Me encontré diciendo: “Jesús, desearía que estuvieras físicamente aquí. Desearía que te sentaras a mi lado en mi porche, abrieras mi Biblia y me hablaras de ella. Ojalá pudiera ver tus ojos y oír tu voz”.