Orando de Acuerdo a la Voluntad de Dios
“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Romanos 8:26).
“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Romanos 8:26).
“Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia. Díganlo los redimidos de Jehová, los que ha redimido del poder del enemigo, y los ha congregado de las tierras, del oriente y del occidente, del norte y del sur. Anduvieron perdidos por el desierto, por la soledad sin camino, sin hallar ciudad en donde vivir. Hambrientos y sedientos, su alma desfallecía en ellos” (Salmos 107:1-5).
“[Jesús] se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla” (Juan 13:4-5). Algunos cristianos devotos siguen este ejemplo y hacen una costumbre de los servicios de “lavado de pies”. Si bien esto es ciertamente recomendable, hay un significado más profundo que aprender de esta práctica. De hecho, después de que Jesús lavó los pies de los discípulos, les preguntó: “¿Sabéis lo que os hecho?” (13:12).
Puedes estar pasando por la peor tormenta de tu vida: una crisis económica, problemas en el trabajo, calumnias, problemas familiares o una tragedia personal. La inquietud te mantiene despierto por la noche, una nube se cierne sobre ti. Cuando despiertas, el dolor adormecedor sigue contigo y clamas: “Dios, ¿cuánto tiempo permitirás que yo pase por esto? ¿Cuando terminará?”
Moisés condujo a los hijos de Israel fuera de Egipto y cuando llegaron al Mar Rojo, el líder mantuvo su vara sobre el agua y durante toda la noche un fuerte viento del este dividió el mar. El agua se levantó como una pared a cada lado para que los israelitas pudieran cruzar en tierra seca. Cuando los egipcios los persiguieron, las aguas los abrumaron y los ahogaron a todos. Lee el relato en Éxodo 14:15-31.
El apóstol Pablo nos dice que Dios nos ha llamado a correr una carrera. Pedro se refiere a esta carrera también cuando nos dice que nos ciñamos los lomos de nuestro entendimiento (ver 1 Pedro 1:13). Él dice que debemos prepararnos para la competencia afirmando nuestra creencia y confianza en el Señor.
Jesús dijo una vez: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
Tú y yo también nos enfrentamos a un ladrón hoy, uno que ha venido a robar nuestro futuro, nuestras familias, nuestra alegría, nuestra esperanza y nuestra eficacia en la tierra. Sin embargo, Jesús nos recuerda que él ha hecho un camino para que tengamos una vida abundante. Y entonces debemos entender que tenemos el poder de vencer al enemigo.
Dios ha prometido a su pueblo un reposo glorioso e incomprensible que incluye paz y seguridad para el alma. El Señor ofreció este maravilloso reposo a los hijos de Israel, una vida de gozo y victoria, sin temor, culpa o condenación, pero hasta el tiempo de Cristo, ninguna generación de creyentes caminó completamente en esta bendita promesa. Como la Biblia deja muy claro, nunca lo obtuvieron debido a su incredulidad: “Vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad” (Hebreos 3:19).
El rey David declara confiadamente: “Aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (Salmos 42:11). Él repite exactamente la misma declaración en Salmos 43:5.
Tu rostro es un panel publicitario que anuncia lo que está sucediendo en tu corazón. Toda la alegría o la agitación que hay dentro de ti se refleja en tu semblante: tu expresión facial, tu lenguaje corporal, tu tono de voz. Por ejemplo, cuando la mente de uno está cargada de los afanes de la vida, los hombros pueden encorvarse, las cejas pueden fruncirse, la cara puede verse decaída.
“Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).