UNA COSTUMBRE PELIGROSA
Una vez prediqué un sermón sobre nuestra necesidad de mostrar amor a las personas más cercanas a nosotros. Hablé sobre la pecaminosidad que hay cuando reaccionamos con tanta facilidad; y el Espíritu Santo me trajo convicción de pecado en mi propia vida. He aprendido que cuando el Espíritu Santo habla, vale la pena escuchar. Me arrepentí inmediatamente y luego, después de mucho orar y buscar a Dios, estaba convencido de haber obtenido victoria sobre esa debilidad.