Volviendo al Buen Libro
Si el pueblo de Dios es fiel en el estudio de la Biblia, nos ayudaremos a nosotros mismos y a otras personas mucho más que con otros mil libros inspiradores.
Si el pueblo de Dios es fiel en el estudio de la Biblia, nos ayudaremos a nosotros mismos y a otras personas mucho más que con otros mil libros inspiradores.
Tú ejerces la fe todos los días. Tomemos un ejemplo del médico y el farmacéutico. Acudes a un médico cuyo nombre apenas puedes pronunciar y cuyos títulos nunca has verificado. Te da una receta que no puedes leer. Lo llevas a un farmacéutico que nunca has conocido antes. Te da un compuesto químico que no entiendes, luego te vas a casa y te tomas la pastilla según las instrucciones del frasco. Todo con una fe confiada y sincera.
La mayor maravilla no es una persona que haya resucitado de entre los muertos. No, es el cristiano quien soporta todas las pruebas, tormentas, dolores y sufrimientos con fe confiada.
Nuestro amoroso Padre celestial nunca conduciría a sus hijos a un desierto seco sólo para dejarlos morir de sed. Dios siempre ha tenido un plan para su pueblo en sus problemas actuales.
Cuando las tormentas de la vida nos golpean, debemos prescindir de los planes y soluciones de los hombres, llegar a la “ciencia inútil”, el fin de nuestros recursos y pedir al Señor que nos guíe a un puerto seguro.
“¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí?… Dios mío, mi alma está abatida en mí” (Salmos 42:5-6).
Si no tenemos cuidado, podemos aprender a vivir con cosas que no son buenas para nosotros. Tal vez sea incluso un patrón de pecado que hemos seguido durante 10 ó 15 años. Nos decimos a nosotros mismos: “Así es como son las cosas”.
Podríamos estar atrapados en una falta de hambre de celo por la Palabra de Dios, en una falta de pasión por las cosas de Dios, en una falta de entusiasmo en nuestros corazones. Podemos alejarnos de esas cosas.
Como los discípulos de Cristo hace dos mil años, dejemos de fingir y reconozcamos nuestra necesidad de la intervención de Dios. ¡Oremos para que Dios aumente nuestra fe!
Los creyentes tenemos el deber de dejar que nuestro rostro hable de la fidelidad de Dios en nuestras vidas. El problema es que nuestros rasgos faciales y nuestro lenguaje corporal a menudo dicen todo lo contrario.
La misma presencia de Cristo en tu corazón tiene un impacto directo en tu rostro. Debería afectar tu caminar, tu habla y el tono mismo de tu voz.